miércoles, 29 de abril de 2015

La estancia vacía







En la escuela suelen enseñar cosas que son ciertas y otras que no lo son. Con la frase anterior no acabo de reinventar la dinamita pero solemos olvidarnos de ello. En el transcurso de nuestras vidas aprendemos cosas que no estaban en los libros ni en el discurso de un maestro como que los árboles y las piedras pueden tener alma... incluso un humilde y sencillo botijo. Las ciudades a ciertas horas de la madrugada, cuando todos duermen y el alumbrado ilumina las calles con una luz mágica, también tienen alma. Solemos vivir en estancias donde los objetos acaban siendo sujetos. Cada libro en la estantería, la maceta de no sé qué cerca del alfeizar de la ventana o ese cuadro horroroso de un ciervo y una cabaña al fondo, en casa de tus padres, acaban teniendo entidad propia. Al salir de casa, imagino que sucede dentro.
Vivimos en una sociedad donde el Silencio es un lujo. Estoy convencido de que el lenguaje del alma es el silencio. Al contrario de lo que podemos pensar, el silencio no es ausencia sino otra forma de comunicarnos. Quiero imaginar que cuando salgo de una habitación la planta de la ventana le pregunta al libro de Camus como lleva el día, este le responde que algo cansado de llevar reflexiones profundas... interviene el diccionario de inglés quejándose que hace tiempo nadie lo consulta y el botijo sonríe afirmando que él está muy fresquito... en silencio...

Los desiertos no son lugares inhóspitos si entiendes que el silencio es su lenguaje... Me tocan las gotas para mis oídos, en breve volveré a dejar de escuchar el silencio de mi estancia para oír como el camión del butano toca el claxon, el tapicero me ofrece renovar mi desgastado sofá o el teléfono suena... benditos desiertos... benditas estancias vacías...

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