viernes, 13 de febrero de 2015

Linimento Sloan


Aún no me acostumbro a fechar cualquier papel con el año en el que supuestamente vivimos. Cuando éramos pequeños, el siglo XXI sonaba a ciencia ficción. Películas como Blade Runner, 2001 y frases para la historia como “el mileniarismo va a llegar, va a llegar...dejadme hablar cojones”, crearon muchas y variadas expectativas. 
Hoy estamos en un frío febrero de quince años después de la fecha mágica y al mirar alrededor no veo nada de lo prometido. Los coches siguen circulando por carreteras aún peores que las del siglo pasado, los transbordadores espaciales se volvieron a cambiar por cohetes, los androides no sueñan con ovejas eléctricas y para colmo de males el mileniarismo de Arrabal es como el Ave a Asturias... que no llega...que no llega...
A veces echo de menos cuando todo estaba por llegar. Ayer vi una foto de un linimento y me acordé de mi abuelo. En su casa siempre había una botella de linimento Sloan o el tío del bigote como todo el mundo lo conocía. Su olor era tan fuerte que podría haber sido utilizado como combustible para aviones. Aunque él ya se había pasado a la tecnología del transistor, mi abuelo no Sloan, conservaba una radio de válvulas que al día de hoy aún funciona, eso sí hay que esperar que se caliente. Entonces no se había instalado la sociedad de la inmediatez, el correo postal tardaba una semana, TVE no comenzaba a emitir hasta las seis de la tarde y cualquier consejo paterno terminaba con la frase “ no te tengas prisa, ya llegará”. Recuerdo esperar en la cola de la panadería, en el kiosko,para entrar a la escuela, al domingo para la paga semanal...esperar... esperar...
El verbo esperar no se encuentra dentro de nuestro vocabulario habitual, en parte con razón. Cuando se supera la barrera de los treinta, el tiempo empieza a coger velocidad y muchos de los sucesos de nuestras vidas que nos resultaban cercanos nos sorprenden cuando las matemáticas entran en juego. Así, si tienes por ejemplo 38 años y hablas de Barrio Sésamo, hablas de algo que pasó hace treinta años, el instituto veinte años y si estás en el paro... seguro que más de tres...
Llegado a este punto aún hay esperanza para que el tiempo se estire un poquito más, todo depende de lo atareado de nuestra vida. Mi Teoría nº 156 sostiene que los seres humanos relativizan el tiempo según lo ocupados que estén. Así, si en un periodo de cinco años has estado sin hacer nada, tu memoria se acordará de todos los detalles. Sin embargo, si en un periodo de cinco años has tenido veinte empleos, has conocido a doscientas personas, has hecho tres mudanzas y catorce parejas... os aseguro que vuestra memoria no será capaz de fechar nada de lo anterior y cada día os parecerá eterno.

Quisiera terminar con las palabras de un tipo de Jerez que sostenía que el domingo, como el día más aburrido de la semana, había matado a más gente que la tuberculosis... Intentemos que nuestras vidas tengan el ajetreo de los seis días restantes de la semana.  

sábado, 7 de febrero de 2015

La insoportable pesadez del ser


Cuando hablamos, existen dos percepciones totalmente diferentes de nuestra voz, la que les llega a los demás y la propia. Las dos son reales, sin embargo, las dos son distintas. La nuestra se encuentra deformada por la resonancia de nuestro cuerpo y la de los demás se aproxima a como nos escuchamos en una grabación de audio.
Al mirarnos en un espejo, sólo podemos percibir una versión deformada de nosotros mismos, la que ven los demás es la opuesta , razón por la cual a veces no nos reconocemos en una fotografía. Las dos son reales, sin embargo, las dos son distintas.
Existen dos versiones cuando reflexionamos quienes somos (aquí entramos en el campo filosófico-especulativo), la nuestra y la de los demás. Al igual que la voz y la imagen, la primera persona del singular es víctima de las limitaciones de la percepción humana.
Todo esto hay que multiplicarlo por los habitantes de la tierra, dividirlo por el coeficiente de inteligencia de cada individuo, hacer la raíz cuadrada del grado de abstracción de cada persona, restarle el nivel de indiferencia y elevarlo a la enésima potencia. El resultado lo volvemos a dividir por cero. El resultado de la ecuación es la indeterminación.
No me echen mucha cuenta pero creo que sólo dos personas se libran de todo lo anterior : El actor y el poeta. El primero por ser capaz de hacernos creer que es el personaje que interpreta y el segundo, por intentar hacernos sentir que sus miedos, sus amores, sus esperanzas, su dolor son los nuestros... Ahora me pregunto como se tiene que sentir un náufrago en una isla desierta...pero esa es otra historia...