viernes, 23 de octubre de 2015

Octubre





Escribir como vivir exige un compromiso por ambas partes, el sujeto y la fuerza de la naturaleza que le mantiene vivo. La escritura por sí , sólo son palabras inertes que logran a veces premios y reconocimientos pero están vacías de la fuerza vital de la naturaleza humana ...Vanidad de Vanidades, todo Vanidad... decía o se supone que dijo Salomón... Desgranando nuestras vidas, somos más auténticos cuanto más solos nos encontramos, cuando la certeza de la muerte nos acecha y ahí nos desnudamos de cualquier convención social que nos encorseta...

Hoy, he estado atento a las decenas de pájaros que viven en mi patio. A medio kilómetro a la redonda mi patio es un oasis entre hormigón y asfalto. Sin ser un especialista en animales voladores he podido distinguir hasta cuatro cantos distintos.

Hoy, he dejado pasar a una señora mayor en la caja del supermercado, al irse me lo ha agradecido con un “gracias señor”... he sonreído, le decía señor a mi mostacho...

Hoy, he enviado por correo una carta certificada para una empleo en un país que está de moda apuñalarse y atropellarse. La chica de correos también me llamaba de usted ( a mi mostacho, claro) y me ha ofrecido lotería de navidad de la Cruz Roja... Por supuesto he aceptado comprar, en mis oídos sólo entendía Refugiados, ayuda a familias sin recursos... Mientras Merkel y el baboso de Rajoy tenían orgasmos en una Convención de la peor derecha que Europa que ha conocido después de la Segunda Guerra Mundial... antes de eso, se denominaban fascistas...

Hoy, sigo cansado pero la fuerza de la naturaleza me ha regalado poder escribir … la vida sólo desaparece con el último aliento... y los pájaros siguen trinando...Vanidad de vanidades, todo Vanidad...

jueves, 11 de junio de 2015

VIVIR (fragmento del diario, jueves 11 de junio del 2015)



http://valparaisoediciones.es/tienda/coleccion-valparaiso-de-poesia/147-50-almudena.html
http://www.factorcritico.es/distintas-formas-de-mirar-el-agua/He empezado la mañana alternando mi café con miradas furtivas a un libro de poemas de Luis García Montero, “Almudena” y a la última novela de Julio Llamazares, “Distintas formas de mirar el agua”. Precisamente son ese puñado de poemas y párrafos los que me han hecho, una vez terminado mi desayuno, continuar esta mañana escribiendo en mi diario. Mi serenidad tiene ahora mismo el tamaño justo de un islote, en el que con un poco de esfuerzo y crujir de músculos, puedo ponerme de pie y otear el horizonte: el día que se aproxima. Como un náufrago. Una vez escrito esto y cerrada la libreta comenzará el vértigo. No todo es tan sencillo. Frente a mí se despliegan un manojo de horas, cargadas de risas nerviosas y soles a medio salir, que esconden tras de sí multitud de encerronas. Desidia, desaire, el dejarse llevar, la derrota espontánea y el abatimiento que corren prestos cogidos de la mano a mi encuentro. O simple pereza, porque no llamarlo así, sin tanta ostentación ni golpe en el pecho o palmoteo al alma. También anda por ahí sueltos el miedo, el miedo a la pérdida que conlleva cualquier elección, la renuncia a casi todo en cada paso que damos. Los remordimientos, mi gesto compulsivo de mirar constantemente atrás, la manía de no dar ese paso firme, no sin antes haber apilado correctamente mis cientos de cajas cargadas de recuerdos. Apenas unas nubes grises en el cielo y esta mañana se presenta amenazadora. Pero gracias a Luis y Julio, ha surgido hoy el milagro. Gracias a los poemas de Luis y la prosa de Julio, me atrevo a dar esta dichosa mañana el primer paso y empezar a caminar por encima de las aguas. 

(Dedicado a todas las personas que regalan libros)

viernes, 15 de mayo de 2015

TRAVESÍA POR EL DESIERTO (un poema frustrado)


- De todas las extensiones que tu cuerpo puede ofrecerme seré original y sincero y te diré que prefiero siempre tu espalda…

- ¿Mi espalda? - Me preguntas mientras intentas girarte sobre las sábanas.
 
No, no te vuelvas, que para escuchar la respuesta no hace falta que me mires…
  
- Sí, tu espalda. – y detengo tu amago de giro colocando mi mano sobre el comienzo de tus caderas. -Tu espalda es sin duda, la región más extensa, aquella que ofrece, a primera vista, mayor desamparo, mayor desolación, mayor desconcierto. Miro tu espalda, (como la estoy mirando ahora), y no parece que esta vaya a terminarse nunca, todo se vuelve pronto hipnótico y me atrapa con rapidez en todas tus lejanías. Tu espalda era al principio como una isla, llegué a ella como un náufrago, con tus axilas, las curvas de tus caderas, o ese lugar donde se une con tu nuca, que no son sino calas donde uno puede desembarcar y empezar a recorrer su extensión misteriosa.  Allá, en el horizonte, aparecen tus hombros como finales de tierras planas, después de ellos sólo hay una caída infinita, el misterio, la nada, los monstruos que todo lo acechan. Todo lo que rodea tu espalda parece ser un fin. Pero una vez que te has adentrado en ella, tu espalda es como un desierto.

- ¿Cómo un desierto? – noto tu temblor, como de tierra inquieta, como una tierra que no quiere que la consideren yerma. Con mi cabeza sobre tus nalgas miro ahora el desierto de tu espalda. Mi mirada sigue el valle estrecho por el que discurre tu columna, llega hasta la árida serranía de tus omoplatos donde alguna vez las yemas de mis dedos fueron bandoleros. Tu piel, hasta donde alcanza mi mirada no parece sino estar formadas por dunas. Dunas de arena que cambian de forma con el viento que les llega de mis suspiros. Dunas cuyas sombras se tornarán ríos cuando llegue la temporada de lluvia cargada con mis besos. Recorro tu desierto con mis manos y surge otro escalofrío, otro temblor, este más sereno, como el ronroneo de un gato que se preste al inicio de un juego. Mis manos, en su inicio de vagabundeo, se calientan, se vuelven hambrientas al primer contacto con tu piel de arenisca. A pie,  por el desierto de tu espalda, cualquier intento de paseo, de comienzo, se torna rápido en desvarío,  tal es la ansiedad que emana de ella. Todo en tu espalda incita a la aventura, a la exploración, a preguntarse qué habrá más allá cuando tu espalda se acabe… Desde la altura donde reposa mi rostro, que es como una puesta de sol sobre tu cuerpo, realmente no puedo creer que sentado en el borde de tus  hombros, allá a lo lejos, se pueda ver el fin del universo. 

- Pero tu espalda es en realidad desierto principalmente por otro motivo. 

 - ¿Sí? ¿por cuál? 


- Nada de lo que te he dicho es del todo definitivo, tu espalda no es del todo un Sáhara hasta que te vuelves. Tu espalda es realmente desierto  cuando tu cuerpo se gira y se escurre entre las sábanas la arena que forman sus dunas: todo en ti se torna de repente oasis. Tus labios, tus pechos, o cada uno de tus lunares.  Todo es entonces sorpresa, deseo y encuentro. Porque ahora eres agua, mapa, riqueza y rumbo. 

Y ahora sí, vuélvete, porque estoy  perdido y muy sediento de ti. 

Y te vuelves y sobre la arena que rodea nuestra cama, quedan mis huellas, que fueron en tu busca y de nuevo, te encontraron.


lunes, 11 de mayo de 2015

Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos...





La sociedad actual tiende a pensar que es la mejor de todas las anteriores, confunde comodidad con evolución pero evolución es otra cosa. Hace cuarenta años los niños de diez años sabían buscar una palabra en el diccionario y ahora no. La generación 3.0 teclea la palabra en la pantalla de su ordenador y de la nada le aparece una supuesta respuesta que ni tan siquiera pone en duda... ¡ Es internet !. Eso me recuerda el gran favor que hizo al mundo Orson Welles con su emisión de la Guerra de los mundos.
Una hora de apagón eléctrico pone en pánico a la mayoría de la población que ya dejó de sumar mentalmente, de escribir con un lápiz o de cepillarse los dientes con sus propias manos. Ahora de las manos sólo se utilizan algunos dedos para aporrear las pantallas de los smartphones o de las tablets. Hemos sustituidos la palabras por iconos que quieren decirlo todo y a veces no dicen nada. La gente ya no habla, se limita a toquetear el móvil mientras se toma una cerveza, se transporta en metro o camina por la calle sin percatarse del mundo que le rodea. La gente ya no ve, son zombis con una pantalla en la mano.

El otro día una encuesta reveló que un 25 % de los españoles creen que el Sol gira alrededor de la tierra... está todo dicho. En la Televisión pública, una presentadora afirmaba que oler limones evitaba el cáncer... Creo que si los que murieron en la hoguera hubieran sabido que sus esfuerzos serían en balde, la Inquisición se hubiera ahorrado mucha leña... y la Tierra seguirían siendo el centro del Universo... 

sábado, 9 de mayo de 2015

Humano demasiado humano







Amanece poco a poco en la gran ciudad. Los camiones de la basura son relevados por barrenderos con sus largas escobas. Los más veteranos van baldeando las aceras con chorros de agua para hacer desaparecer los restos de la jornada anterior, borrón y cuenta nueva para el nuevo día... para una nueva vida. Una legión de despertadores suenan al unísono y como una coreografía visual, se iluminan habitaciones y cocinas con despertares desganados... Cafés, duchas, cepillos de dientes... Los portales van abriéndose. Poco a poco la Humanidad que aún tiene donde ir a trabajar sale a paso lento en dirección a túneles donde tras una hora de caras tristes llegan a su destino.
En los cajeros automáticos, otra Humanidad recoge su hogar por una noche doblando con cuidado los cartones recogidos el día anterior. Jóvenes zombis de auriculares perpetuos pasan a su lado con la ceguera que da vivir en otro planeta , un universo perfectamente ordenado por las leyes de la economía. Es martes pero podría ser otro día cualquiera. La Tierra sigue girando sobre sí misma, un día... 365 días... un año... En cada mirada... una vida... en cada vida... un universo...
Mañana algunas miradas desaparecerán. Mañana habrá una triste mirada menos en el metro camino del trabajo y el resto de miradas no se percatarán de ello. Los barrenderos seguirán con sus escobas como siempre y el agua de las mangueras seguirán limpiando las aceras. Mañana alguien no se tomará su café ni le sonará el despertador.

El Mañana no existe, somos presente continuo. Cada día que despertamos nacemos, con memoria, pero nacemos. Cada día es nuestro último día y si mañana despertamos de nuevo nos habrá regalado el milagro de la VIDA... un día más... Feliz cumpleaños ¡¡¡¡

miércoles, 29 de abril de 2015

La estancia vacía







En la escuela suelen enseñar cosas que son ciertas y otras que no lo son. Con la frase anterior no acabo de reinventar la dinamita pero solemos olvidarnos de ello. En el transcurso de nuestras vidas aprendemos cosas que no estaban en los libros ni en el discurso de un maestro como que los árboles y las piedras pueden tener alma... incluso un humilde y sencillo botijo. Las ciudades a ciertas horas de la madrugada, cuando todos duermen y el alumbrado ilumina las calles con una luz mágica, también tienen alma. Solemos vivir en estancias donde los objetos acaban siendo sujetos. Cada libro en la estantería, la maceta de no sé qué cerca del alfeizar de la ventana o ese cuadro horroroso de un ciervo y una cabaña al fondo, en casa de tus padres, acaban teniendo entidad propia. Al salir de casa, imagino que sucede dentro.
Vivimos en una sociedad donde el Silencio es un lujo. Estoy convencido de que el lenguaje del alma es el silencio. Al contrario de lo que podemos pensar, el silencio no es ausencia sino otra forma de comunicarnos. Quiero imaginar que cuando salgo de una habitación la planta de la ventana le pregunta al libro de Camus como lleva el día, este le responde que algo cansado de llevar reflexiones profundas... interviene el diccionario de inglés quejándose que hace tiempo nadie lo consulta y el botijo sonríe afirmando que él está muy fresquito... en silencio...

Los desiertos no son lugares inhóspitos si entiendes que el silencio es su lenguaje... Me tocan las gotas para mis oídos, en breve volveré a dejar de escuchar el silencio de mi estancia para oír como el camión del butano toca el claxon, el tapicero me ofrece renovar mi desgastado sofá o el teléfono suena... benditos desiertos... benditas estancias vacías...

martes, 14 de abril de 2015

Página en Blanco





Creo que llevo escribiendo desde que no sabía ni leer. En aquella época las bibliotecas eran tan escasas como hoy en día pero al menos tuve la suerte de nacer en un hogar lleno de libros. Los chicos de entonces se divertían en la calle y como en mi barrio eran muy bestias, yo prefería estar en casa ojeando libros o viendo Barrio Sésamo. A finales de lo setenta Televisión Española tenía poca oferta audiovisual para los niños, así que me repartía entre debates de la Clave con el bien recordado Balbín y los libros ilustrado que me mostraban lo amplio y maravilloso que era el mundo más allá de las puertas de mi casa. Recuerdo que con ocho años le cogí a mi padre su olivetti y tras aporrearla muchas horas escribí mi primer cuento, una historia lacrimógena con fatal desenlace.
Mi primera lectura fue un libro de trescientas páginas sobre un pueblo de Siberia cerca del Lago Baikal, jamás olvidaré al personaje que en pleno invierno iba desnudo con una toalla y un martillo a darse su baño matinal.
Hasta bien entrado los veinte y tras leer a Semprún no comprendí que escribir resulta para muchos una necesidad vital tan importante como el acto de respirar.
Escribir me ha salvado la vida en mucha ocasiones y esto último no es una mera expresión.
Escribir supone salir más allá de uno mismo, conectar con los demás en aquello que sienten, que no dicen... al fin y al cabo saber que no estamos solos.
Escribir es un acto de humanidad, esa humanidad que nos convierte en ese animal contradictorio del que se puede esperar lo mejor y lo peor.
Escribir nos transforma, nos modela como el alfarero al barro.
Cuando escribimos somos más nosotros, ese que los demás no pueden o no quieren ver... Aún conservo aquella vieja olivetti, aún sigo escribiendo. 

sábado, 11 de abril de 2015

PASOS Y MÁS PASOS EN LA ARENA




No por borrar la huella
se borra el pie que la dejó.
(Miguel Ángel Arenas)

I

         Leo y releo este breve poema y medito,
discrepo,
intuyo que debe ser la huella la que que permanezca
y el pie quién siga su camino y perezca.

         A cada paso tuyo, a cada huella en la arena,
le asaltará inmediata la ola que quiera hacerse con ella,
zalamera surgirá la curva de mar,
con sus collares de espuma,
sus inevitables cantos de sirena
y murmullos de abismo,
que pretenderá besar tu brecha abierta,
apoderarse de ella,
tu estela en la playa,
tu presencia de arena.

         Así, se repite esta breve escaramuza
en todas las orillas de la tierra,
a cada instante,
tras un paso, otro paso,
y otro,
y otro,
y bajo cada paso,
un eco en la arena.
Y tras cada eco hecho hueco,
el inmediato amago de hurto de esa cadencia.

         Del mismo modo que el hombre camina por la arena,
y siente que el mar le acecha,
pelea el hombre contra sí mismo,
pelea contra otros hombres,
otros hombres que al hombre acechan.

         Debemos ser cientos, debemos ser miles los hombres que caminen,
los hombres que bordeen todas las riberas.
Debemos multiplicar nuestros pasos,
nuestra rastro de retales en la asediada arena,
debemos llegar lejos,
muy lejos,
a todos los rincones de la tierra
lejos de litorales, riberas y fronteras.



II

         Como un mar desesperado, querrá un hombre inmóvil
amputar la huella del que se multiplica,
querrá al fin ese hombre quemar nuestras lenguas
incapaz de incendiar las palabras que nos habitan,
querrán ese mismo hombre arañar nuestros besos,
agoniza por marchitar lo que en nuestros labios grana,
que corte su hacha de rayo nuestras manos:
será inútil talar nuestro aguacero de puños.
Querrá ese hombre al fin, 
apoderarse de nuestro cuerpo,
retornar así el polvo a ser polvo que se habita,
polvo estiércol,
polvo llanto,
polvo quieto,
a ser el hombre sólo barro y la mujer costilla sola,
arcilla, ladrillo para el látigo y barbecho para la hoguera,
hombre sólo piedra en una honda.

         Debemos ser cientos, debemos ser miles los hombres que caminen,
debemos ser siempre más que las olas del mar,
que no por amputar nuestros pies que marchen y peregrinen,
se borren las huellas que por la arena y la piedra germinen:
en cada huella que dejamos, está todo lo que somos.


Dedicado a Rocío.
Malabo, 11 de abril del 2015