viernes, 12 de diciembre de 2014

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Caen las últimas hojas del otoño. El invierno llama a la puerta con sigilo. En el cielo bandadas de pájaros, a modo de flecha, escapan del frío viento del norte. Los perros vagabundos buscan un rayo de sol donde tumbarse. Mientras en el sur, se recogen los últimos frutos de temporada antes de mañanas heladas y noches perturbadoramente gélidas. El olor a chimenea inundan los paseos de media tarde. Las calles se iluminan con bombillas de bajo consumo recreando seres de otras latitudes con exceso de colesterol mezclados con folklore seudoreligioso y consumismo capitalista. Los sentimientos de culpa por no vivir en la calle y comer en Caritas nos hace empáticos un par de semana al año. Los bancos de alimentos sólo nos cobran una pequeña comisión por aliviar nuestras conciencias. Es más cómodo entregar un kilo de arroz a un aseado voluntario con chaleco reflectante que mirar a los ojos a quienes hacen cola para recogerlo. El invierno es lo que tiene...En primavera todo desaparece y en verano hay que preocuparse por reservar una semana en un todo incluido junto al mar. Pero aun quedan hojas por caer...

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