viernes, 3 de enero de 2014

JAZZ


Como todas las noches,
me adentro en la sonrisa escondida de una calle esquiva,
dónde la contraseña es mirar por encima del hombro,
dónde las entrañas son una veta a cielo abierto
y la realidad se pone su careta de quimera.
Para entrar aquí,
antes hay que besar la fría comisura de los adoquines.

         
           A la busca de ritmos soy un hombre de otro tiempo.
No es ya este año hijo del mundo en el que vivo,
dejan los minutos de ser hueras olas que preñan las horas
 y dejan las horas de ser decepciones que mueren en las orillas de la aurora.
Son  incapaces  las noches  de contener las promesas que persigo.
Tras la puerta espera aletargada Granada que esta noche será Nueva Orleáns.

Una vez cruzada su cancela divisoria
en este antro todo es peaje y tributo, cada paso que te adentra, otra pleitesía.
Del mismo modo, en este  vetusto olimpo,
quien coloca una mano sobre mi hombro, también me venera.
Una vez recibida la bofetada del humo y el bautismo del estrépito metálico,
es imposible la huida,
entre acorde y acorde,
se derriten en los tímpanos los témpanos de silencio,
malabares de trompetas y saxofones  nos harán ángeles.
Escuchando este compás frenético
somos  como árboles de grandes raíces,
aferrados a nuestros propios abismos,
somos como ríos,
somos como cascadas,
somos saltos de agua justo al borde del precipicio,
justo donde nuestra orilla se hace viento.
        
Con cada bocanada de la banda de jazz que suena al fondo,
todo se transforma,
el aire se hace labios y estatua la errática melodía que desprenden,
muro la espuma de las cervezas y lienzo la niebla de los cigarros.
Surgen percusiones susurros lamentos
ritmos  que mueren en alcantarillas
cuando el sitio que les corresponde es la luz de las estrellas.
Cada uno de estos quejidos merece una religión propia.
Debería ser el mundo entero una alfombra de vinilo
para atrapar todos los milagros que cada noche hacen brotar
esa caterva de crápulas, borrachos y bisnietos de esclavos,
escupiendo piropos,  mentiras, jadeos,
una suma de gritos ancestrales,
nómadas que rescatan una memoria negra
y la colocan a los pies de plañideras diosas venidas a menos.

         Es hermoso dejarse arrullar por el desengaño,
no importa que no exista vida después de la derrota,
si  esta surge de los labios de Billie Holliday,
del aliento de Miles Davis o los dedos de
Petrucciani.

Dedicado a todas las personas que alguna vez compartieron una noche en el Bohemia Jazz Café de Granada.





2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por recordarnos esos maravillosos momentos en tan espléndido lugar aL son de esa música. No se puede recordar mejor

Anónimo dijo...

Gracias por Julian por llevarme y descubrime ese "mal antro" de jazz y suegnos!! Saludos escandinabos!