miércoles, 29 de enero de 2014

UN INSOMNIO EN CADA OLA


La historia es sencilla. Camino de Madrid me paré en un bar de carretera a desayunar. Como no tenían periódicos a mano me puse a leer la antología de Cernuda que llevaba en mi macuto. La camarera, cuándo lo vió, le llamó la atención. Era estudiante de filología hispánica y amante de este y otros poetas. Entre bromas, me pidió escribir un poema a cambio del desayuno. Este es el poema, que tiene por lo tanto, un valor de 2,70 euros.
 
Aquella noche, el mar no tuvo sueño.
Cansado de contar, siempre de contar a tantas olas…
Luis Cernuda, (Un río, un amor)


El mar aquella noche,
como no tenía sueño,
intentó dormirse contando sus propias olas.
Olas como chiquillos que sin embargo,
ignoraron esta vez su cadencia de rebaño,
siendo sólo asombros,
escombros de estupor volcados sobre la playa,
uno tras otro,
uno tras otro,
uno tras otro,
amago de emboscadas que anunciaban su sorpresa
con susurros que encadenaban al susurro de las olas venideras
y golpeaban con su rostros de espuma el estertor
de la olas que fallecían
una tras otra,
una tras otra.
una tras otra.

El mar esa noche,
se durmió al fin,
aunque sus olas siguieron alerta,
contando los besos que nos dábamos sobre la arena.
Esas  olas despiertas,
como chiquillos malcriados,
enredaban sus desfallecimientos
en el deseo que hacía temblar nuestras piernas.

El mar esa noche
se durmió al fin,
sin ser testigo de nuestros besos.
Por la mañana, olas con ojeras
fueron a anunciarle lo descubierto,
ese tesoro ardiendo que fuimos nosotros, sobre la arena.

Con un bostezo en cada ola
el mar desde entonces, ya no es el mismo.
Acuna bañistas con pereza,
trabaja de sol a sol,
pretende ser domingo en todas sus mareas,
pero en realidad,
el mar ya sólo espera la llegada de la noche,
quiere comprobar si es realidad
o es sólo leyenda,
esa historia de los besos que nos dimos
y que repiten los insomnios de sus olas,
una tras otra,
una tras otra,
una tras otra…


Camino de Madrid,
bar “El reposo del viajero”
23 de enero.

viernes, 3 de enero de 2014

JAZZ


Como todas las noches,
me adentro en la sonrisa escondida de una calle esquiva,
dónde la contraseña es mirar por encima del hombro,
dónde las entrañas son una veta a cielo abierto
y la realidad se pone su careta de quimera.
Para entrar aquí,
antes hay que besar la fría comisura de los adoquines.

         
           A la busca de ritmos soy un hombre de otro tiempo.
No es ya este año hijo del mundo en el que vivo,
dejan los minutos de ser hueras olas que preñan las horas
 y dejan las horas de ser decepciones que mueren en las orillas de la aurora.
Son  incapaces  las noches  de contener las promesas que persigo.
Tras la puerta espera aletargada Granada que esta noche será Nueva Orleáns.

Una vez cruzada su cancela divisoria
en este antro todo es peaje y tributo, cada paso que te adentra, otra pleitesía.
Del mismo modo, en este  vetusto olimpo,
quien coloca una mano sobre mi hombro, también me venera.
Una vez recibida la bofetada del humo y el bautismo del estrépito metálico,
es imposible la huida,
entre acorde y acorde,
se derriten en los tímpanos los témpanos de silencio,
malabares de trompetas y saxofones  nos harán ángeles.
Escuchando este compás frenético
somos  como árboles de grandes raíces,
aferrados a nuestros propios abismos,
somos como ríos,
somos como cascadas,
somos saltos de agua justo al borde del precipicio,
justo donde nuestra orilla se hace viento.
        
Con cada bocanada de la banda de jazz que suena al fondo,
todo se transforma,
el aire se hace labios y estatua la errática melodía que desprenden,
muro la espuma de las cervezas y lienzo la niebla de los cigarros.
Surgen percusiones susurros lamentos
ritmos  que mueren en alcantarillas
cuando el sitio que les corresponde es la luz de las estrellas.
Cada uno de estos quejidos merece una religión propia.
Debería ser el mundo entero una alfombra de vinilo
para atrapar todos los milagros que cada noche hacen brotar
esa caterva de crápulas, borrachos y bisnietos de esclavos,
escupiendo piropos,  mentiras, jadeos,
una suma de gritos ancestrales,
nómadas que rescatan una memoria negra
y la colocan a los pies de plañideras diosas venidas a menos.

         Es hermoso dejarse arrullar por el desengaño,
no importa que no exista vida después de la derrota,
si  esta surge de los labios de Billie Holliday,
del aliento de Miles Davis o los dedos de
Petrucciani.

Dedicado a todas las personas que alguna vez compartieron una noche en el Bohemia Jazz Café de Granada.