miércoles, 11 de diciembre de 2013

Lo infraordinario VII. De australianos, sísifos y ulises ibéricos






Si hubiera nacido en Australia quizás no sintiera necesidad de escribir esto. Quizás, y sólo quizás, me preocupara la caza ilegal de canguros o los devastadores incendios que asolan este gran país en verano. Como australiano de pro, resultado del mestizaje de convictos, ovejas, señoras prostitutas, vacas, asiáticos, europeos y demás nacionalidades que llegaron aquí, viviría en una sociedad asimilada, sin raíces claras, medianamente civilizada y bastante estable. Trabajaría de 9 a 5 de la tarde, tendría un par de chiquillos, algún que otro divorcio a mis espaldas y los fines de semana nos iríamos en familia a hacer surf, pesca submarina o a disfrutar de la naturaleza en estado puro. Tendría un plan de pensiones para jubilarme a los 60 años y cuando los chicos fueran mayores como para coger una mochila y marcharse de casa, mi vida se volvería algo más aburrida. Llegado a la ancianidad, vivía en una residencia esperando una postal por navidad y una muerte rápida, indolora y civilizada.





Si hubiera nacido en España quizás sintiera necesidad de escribir esto. Quizás, y sólo quizás, me preocuparía como llegar a fin de mes, encontrar un empleo medianamente decente y sentiría miedo al ver como dinamitan lo poco que teníamos de estado social. Como español de pro, resultado de un mestizaje de inquisidores, burros, conquistadores sin escrúpulos, putas, gitanos, braceros, esclavos y gente con mucho aguante, viviría en una sociedad cada día más orgullosa de su ignorancia donde Mandela era un jugador de futbol y la Universidad una pérdida de tiempo. Trabajaría cuando me dejaran, de 7 a 7 de la tarde y no tendría fines de semana de surf, esto último sólo reservado a los hijos “rebeldes” de fabricantes de ERE y titulares de cuentas en Suiza que una vez cumplidos los treinta, cambian Tarifa por una oficina en la Castellana. El ocio permitido a los de mi clase por las autoridades sería un partido de fútbol, un par de litronas en el bar y el lunes por la mañana, irme a la plaza del pueblo o a un polígono industrial a que alguien me ofreciera un jornal para ese día. No tendría plan de pensiones porque como español estaría abocado a la “caridad” del Estado.

Si no tuviera un apartamento que me estuvieran a punto de desahuciar, seguiría viviendo en casas de mis padres.

Si la mala fortuna me castigara llegando a la ancianidad... desearía estar muerto cada minuto de mi ya exigua existencia..



En este país, la cobardía del hombre honrado ha permitido que lleguemos a una encrucijada donde sólo podemos ser Sísifos o Ulises.

A los Ulises que están viviendo su propia Odisea... que no se rindan y tengan memoria del porqué de su marcha. Si alguna vez deciden volver a reencontrarse con Penélope, afilen espadas para acabar la pelea pendiente.



A los Sísifos, que dejen de cargar con la Roca,no son animales de carga, superen su ignorancia, su miedo y conviértanse en ciudadanos.



El destino de un hombre no lo decide los dioses del Olimpo sino su compromiso de como vivir y morir con dignidad.





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