lunes, 16 de julio de 2012

MALDITAS LLAVES (1ª parte). Un drama real.

Tengo una de esas mañanas en las que me veo con energía suficiente para cambiar de un plumazo todas mis malas rutinas. Esos pequeños gestos de mi día a día que cada vez que se me escapan me hacen rechinar los dientes, y me hacen pensar que nunca me desprenderé de ellos. En fin, necesito sólo un par de pellizcos de monotonía, conseguir encadenar cuatro o cinco días de relativo orden y seguro que la vida empieza a irme otra vez viento en popa. Me bastaría por ejemplo, con ser capaz de retirarme a tiempo en todas estas fiestas en las que “sin querer” me veo me atrapado noche tras noche, y que por la mañana, con la cabeza a punto de estallar y la garganta reseca, me hacen jurar y perjurar cual cuervo de Poe o gallego recogiendo chapapote, “Nunca más”.

Estoy en uno de esos días en los que incluso en calzoncillos y recién levantado no me veo tan mal frente al espejo, metiendo un poco la tripa incluso diría que estoy resultón, así que me creo todos mis buenos propósitos, me voy envalentonado y decido que voy a coger las horas por los cuernos y les voy a sacar el máximo provecho. Nada de dejarme atrapar tan temprano por el agujero negro del sofá y los treinta y seis canales de la tele. El primer sacrificio ya lo he hecho. ¡Madrugar! Son las diez menos cuarto, una hora que dos días antes pensaba que ni siquiera existía. No sé porqué (supongo que por las pastillas de colores de anoche) pero hoy ya estoy despierto y medianamente espabilado, aunque, pese a mi autoestima por las nubes, la pinta que arrastro es lamentable. Lo segundo, antes incluso de desayunar, ¡un buen paseo en bici!, para sudar un poco y desentumecer el cuerpo. Así que me pongo el pantaloncito elástico, me calzo las zapatillas, me cubro entero con guantes, musleras, rodilleras, y muñequeras y me ajusto el casco y mis ray-ban hacendado que lo mismo me valen para la discoteca que para ganar el tour. No es que haga mucho deporte, la verdad, pero en mi casa te puedes encontrar todo tipo de chismes, tales como raquetas, zapatillas o un par de balones de no sé qué… Pero entonces, desde el balcón, me doy cuenta de la mañana tan estupenda que hace. “Quizás sea mejor tomarse antes el desayuno y con el café calentito, media docena de churros y un canutito, planear una ruta y calcular los kilómetros que me puedo meter entre pecho y espalda en esta primera salida, que no es plan de empezar subiendo el mortirolo”. Así que me vuelvo a la cocina, y empiezo a abrir todos los armarios en busca de un poco de café, aunque no encuentro nada, sólo un par de tarros pequeños con perejil y canela en rama, que de poco me pueden servir. En el frigorífico el panorama que descubro es aún más desalentador. Estanterías asoladas que lo único que muestran son churretones de raros colores y extrañas texturas, un par de pimientos arrugados y un limón cubierto de una rara pelusa blanca que empieza a adquirir un tono verde radiactivo. Nada con lo que pueda prepararme no ya un suculento desayuno, sino incluso un desayuno básico. Me desvisto, me vuelvo a poner los pantalones con los que me acosté anoche, (llegué tan cansado de “tomar unas cañas” que no me dio ni tiempo a cambiarme la ropa), y me enfundo la primera camiseta que me encuentro a mano… Salgo a la calle y una vez cerrada la puerta compruebo si llevo las llaves en los bolsillos. Este es uno de mis gestos absurdos de los que me cuesta desprenderme, ¿para qué compruebo si llevo las llaves cuando ya estoy fuera del piso? (soy un tío listo, si señor). Y ocurre lo que tantas y tantas veces he temido que ocurriese cada vez que palpaba mis bolsillos. ¡Ostia puta, no he cogido las llaves! Lo que tintinea entre mis manos son sólo las pocas monedas que me sobraron de la juerga de anoche. Las miro y las sopeso en mi mano. Cincuenta y dos céntimos que no me llegan siquiera para comprar todo eso que tenía planeado pillar para el desayuno. “¿En qué cojones estaría pensando cuándo salí del piso? ¿Qué hago ahora?” Por la inercia que produce la primera llamarada de cabreo, bajo hasta la panadería. Voy por las escaleras repitiendo a modo de mantra hindú “Soy gilipollas, soy gilipollas, soy gilipollas”. Compro una barra de pan. Me sobran aún dos céntimos ¡cojonudo! Pero ¿para qué quiero la barra de pan? Vuelvo al portal y llamo entonces por el telefonillo a la vecina. Surge una voz entre metálica y desconfiada que me pregunta que quién es. Con lo que creo que es mi mejor tono de súplica y algo aturullado, le explico a la vecina mi situación. Subo andando, esperando que el ejercicio me aclare un poco las ideas. Cuando llego de nuevo a la puerta, allí está la vecina mirándome con cara de ¿y ahora que vas a hacer, espabilao? Ensayo un gesto compungido, carraspeo. “Perdona vecina ¿conocía usted a mi casero? Lo digo por si puede llamarle por teléfono y pedirle otra copia de mis llaves”. Yo sé dónde trabaja y se me ocurre que podría acercarme hasta allí para explicarle mi despiste, (pero por supuesto la ley de Murphy comienza a desplegar sus alas y mi casero trabaja en la otra punta de la ciudad). Me imagino atravesando las calles de soportal a soportal, procurando que me vea la menos gente posible, porque parece que mi sensación de ridículo me sale por los poros y es perceptible para todo aquel con el que me cruzo. Pienso que tiene que haber otra solución. Afortunadamente el marido de la vecina sí conoce a mi casero. “Espera que lo llamo para que él llame a Manuel”, mi casero, “y él nos llame a nosotros para que le pidas las llaves”. ¡Perfecto!, aunque eso puede llevar un buen rato. Y entonces tengo la primera idea medio en condiciones desde que empezó la mañana. “Vecina, ¿No tendría por casualidad una radiografía o algo parecido?”. Muchas veces me han comentado que es relativamente sencillo abrir una puerta con un trozo de plástico. Ha llegado la hora de probarlo. Y la vecina, que empieza a parecerme una santa, se escabulle a su piso y sale al momento enarbolando una lámina negra. “Toma, prueba con esto, mientras yo llamo a mi marido”.
 
Continuará...

3 comentarios:

Ra dijo...

Ja ja ja ja!!! si es que.... tela telita!!!
Yo siempre, siempre, compruebo que llevo las llaves antes de abrir la puerta para salir... no una vez fuera y con la puerta cerrada!! es una rutina monótona a la que te acostumbras cuando lo hagas unas cuantas veces... por incercia lo harás....
Deseando estoy saber si tu vecina al final es una criminal "asaltacasas" buscada por la Interpol y te abre ella la puerta con su ganchillo de la cabeza!!

NOE dijo...

Muy bueno. Y sí, tal como lo describes, seguramente sea muy real!!!

Anónimo dijo...

gracias chicas, mañana más...