miércoles, 23 de mayo de 2012

LA COSHER NOSTRA (4ª parte) Un caso de Tutto Flatuleti.

El seguimiento
Con todos esos datos estrujando mi cerebro me serví un vasito de chicha, prendí un porro y acabé con la botella justo cuando se cortó la luz. Lo tomé como una señal.
Bajé a la galería por la escalera guiándome sólo con el tuco del porro que estaba fumando.
Era bien entrada la noche. Oí de pronto un leve quejido. No expresaba sólo dolor, brotó del fondo de las entrañas.
La chicha evitó otro infarto, también me dio valor para perseguir el ruido emanado de las oscuridades del alma: Sara, en actitud furtiva, iba materializándose con las luces artificiales de la ciudad.
Pensé que el encargo de Isaquito se resolvería en ese momento.
Activé la filmadora e inicié la persecución sospechando un vía crucis de la más pura lascivia criminal, me equivocaba a medias.
Caminamos hasta el hotel que alberga travas en la calle Tablada, la mayoría estaba en la calle ofreciendo sus atributos; nos detuvimos unos minutos en la primera parada. Cruzamos al prostíbulo que está al frente y continuamos toda la noche en una especie de rally en los alrededores del Mercado Norte.
Algunos comercios del centro, y de la calle San Martín en particular, están separados por puertas, puertitas, pasillos o pasajes… Para la gente vulgar pasan desapercibidos pero dan acceso a pensiones o prostíbulos, o depósitos clandestinos, o talleres truchos o aguantaderos… Están en el corazón de la manzana, o en la planta alta, o en los fondos de los locales…
Persiguiendo a Sara los recorrimos todos. También recalamos en telos que funcionan por minutos, tugurios y fondas atendidos por peruanas, o bolitas o paraguas. Indocumentados pero nunca juntos.
Como efecto colateral una culada de trabajadores de la construcción del mismo y sombrío palo eran atraídos, cuando caía la noche, como moscas a la letrina. Se fusionaban con la oscuridad dando a la zona una actividad comercial igual o mayor que la de los negocios de la alimentación en horario diurno.
La primitiva violencia de estos inmigrantes truchos hizo que me congratulara por haber bajado con Glock, con suerte podría desvirgarla.
El noctámbulo seguimiento duró más de una semana.
En un descuido perdí a Sara en la zona de los boliches que están sobre el Bulevar Mitre casi General Paz. Era el horario de cierre y los pendejos salían a tropel, dados vuelta y armando un quilombo de órdago.
Vecino a esos boliches hay un telo por minutos que complementa la noche aunque por lo general los chicos prefieren la costanera del Suquía.
Me metí en el hotel. Sara estaba hablando con la encargada o la dueña.
Me desconcentró un precioso trava que me dio bola. Volví a perderla. Al volver detecté que una puerta, antes abierta, ahora estaba cerraba. Entré subrepticiamente a la habitación, un lóbrego senegalés importado junto al París Dakar se volteaba a Sara. Si Isaquito fuera inteligente comprendería que una cuota de culpa no le cae nada mal a la pareja, al contrario.
Filmé la acción hasta acabar enredado en las sombras.
Ya en la cueva me lavé las manos, subí el video a la PC, lo pasé a un disco y bajé para llevárselo a Isaquito sin tener en cuenta que aún no había amanecido.
Sara pasó a mi lado rápidamente, la reconocí por su perfume. Ahí fui, otra vez tras ella.
Se detuvo en Oncativo y Maipú. Entró sin golpear a una sinagoga aparentemente desactivada. Un trava en tanga, de un metro noventa y pico, armonioso por donde se lo mire, parecía custodiar el edificio.
Esperé a la mujer de Isaquito. Para asesinar el tiempo entré en conversa con el trabuco, no eran baratos sus servicios. Pasé casi toda la noche en vela esperando que Sara saliera, tomando nota de la patente de los lujosos vehículos que vení­an por sus servicios. El travesaño la levantaba con pala.
A la tarde siguiente bajé a la galería con las pruebas de la infamia en un DVD y con el temor de que el “Caso Resuelto” me llevara a circunstancias incontrolables. Los chivos expiatorios de la humanidad habían aprendido a descargar sus golpes con suma violencia.
El bar Capri estaba en expansión, la moza y los dueños se afanaban en agregar mesas y sillas. A la noche, al cierre de los locales, Isaquito & Asociados festejarían la adquisición de su propiedad número mil con locatarios que le sacaron préstamos en usura, con los que empeñaban sus cosas y con los que, de alguna manera, tenían relaciones lucrativas.
A la oportunidad la pintan calva, ése era el momento de presentar mi informe.
Esperé en el Bahía.
Junto a una chicha que no pedí, la Doris me acercó otro libro olvidado por su hija: El Kamasutra ilustrado de un tal Anónimo. Me sorprendió un déja vu. H­a­bía pasado por el libro aunque no podía recordar cuándo ni cómo.
Esperando la celebración de los Isaquitos, y para cerrar el caso, tuve tiempo para solazarme con el sexo intelectual.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena esta historia ¿para cuándo la siguiente parte? Estoy deseando leerla.