sábado, 5 de mayo de 2012

EL LÁPIZ

         Sopesa el lápiz entre sus manos. Lo estudia detenidamente, como si nunca hubiese visto ninguno, como si fuese un objeto maravilloso, incomprensible. ¿Cuánta vida cabrá en él?, se pregunta. ¿Cuántas palabras podrá escribir con él? Antes de que se agote, antes de que de tanto afilarlo mengue hasta tener un tamaño minúsculo, y ya  resulte un objeto inútil. Y de todas esas palabras escritas, ¿cuántas resultarán acertadas? ¿Cuántas serán precisas, cuántas contarán aquello que quieran contar, aquello para lo que fueron escritas? El poeta que sostiene el lápiz entre sus manos y lo mira atentamente, especula sobre todo esto porque hoy se ha propuesto escribir el mejor de sus poemas. Justamente hoy. Y lo escribirá única y exclusivamente usando ese lápiz. Y una vez que este se consuma, dejará de escribir, dejará de ser poeta. Hoy escribirá el mejor y último de sus poemas. El poema definitivo, su testamento artístico. Y sólo con ese lápiz, sin vuelta atrás, con un margen de error mínimo, deberá hacer muy pocos borrones, pues teme que las palabras que alberga ese lápiz puedan no ser suficientes.

         Resumir toda su vida en una tarde, en un solo poema, con sólo ese lápiz. Para otra persona quizás pueda resultar una tarea angustiosa, piensa, aunque no para él. Él que tanto ha vivido, que tantas mujeres ha amado, que tantos países ha visitado, él que tantas vivencias ha tenido, y que tantos y tantos recuerdos, apuntes mentales, guarda de todo eso. Tantos detalles y matices, tactos y pieles, sabores, aromas, pensamientos y olores que ahora por fin van a ser labrados en forma de palabra.

         Piensa y está seguro de ello, que para que una vida sea realmente plena, la vida no hay que vivirla totalmente. En realidad la vida hay que partirla en dos partes. Y es sólo una de esas dos mitades la que hay que vivir intensamente. Después llegará el tiempo de la meditación y del balance. Sopesar todo lo vivido, sacar buena cuenta de ello, y sobretodo, una vez bien manoseados todos los recuerdos, dejar el mejor y más certero y hermoso testimonio de ellos. Y el poeta, hábil orfebre de las palabras, también se ve capacitado para ello. De hecho, pese a su aspecto taciturno y receloso, su mirada vencida, atenta a ese lápiz que sostiene entre sus manos, el poeta se siente radiante, orgulloso, cargado de una energía especial que le empuja a iniciar cuanto antes su trabajo. Antes de que acabe el día, el poema debe estar escrito y ese lápiz, ser simplemente, un inerte trozo de madera entre sus manos. 

         Pero es que este lápiz parece tan poca cosa.

         El poeta empieza a dudar. De repente ya no está tan seguro de poder escribir de manera precisa y brillante el poema que se había propuesto escribir esta tarde. ¿Realmente cabe toda mi vida en este lápiz? ¿No será mi vida poca cosa si soy capaz de condensarla únicamente en la sangre mineral de este trozo de madera? Y lo que le resulta más lacerante, más alarmante. ¿Realmente la vida que he vivido ha sido la correcta? ¿Ha sido una vida plena? Se da cuenta de que de una imagen borrosa es imposible obtener un reflejo nítido. Quizás su vida no sea tan ejemplar, tan intensa, tan irreprochable como el piensa.

        El poeta entonces, completamente aturdido, se levanta de la silla. Sostiene aún el lápiz entre las manos, pero como la vida misma, decide partirlo en dos mitades.


Dedicado a las amigas que no he podido ver en la feria de Puertollano, a Javier y Goran, ¡qué alegría que hayáis vuelto!, a Cris, que esperamos con ansia por aquí, y por supuesto, también a Chelo.

1 comentario:

Ra dijo...

La vida que vivimos es consecuencia de muchas muchas cosas. Toda decisión tiene una consecuencia, por tanto, hay que vivirla, como dices. Pero sobre todo: sentirla.
No sé si se puede "resumir" una vida en un sólo poema, con un sólo lápiz. Cada vida se lleva en el alma. Hay muchos caminos alternativos. Pero siempre siempre, hay que luchar por lo que queremos.