lunes, 11 de julio de 2011

LÁGRIMAS DE ANDALUCÍA

En el pueblo todos pensaban que estaba loca. Ella salía todas las noches y se abrazaba desnuda al tronco del olivo que había en su patio. Le imploraba al árbol que se transformase en un hombre, ella necesitaba un hombre. Era tanta su desesperación que clavaba las uñas en su corteza hasta que empezaba a brotar la savia. Una noche, el olivo hizo caso de sus súplicas y acudió al cuarto de la mujer, transformado en el hombre que ella ansiaba. “Mírame”, le dijo “soy el hombre que has suplicado”. Y se dio la vuelta para enseñarle las marcas de sus uñas sobre la espalda. Se acercó a la mujer tendida en la cama, pero ella le detuvo con un gesto de su mano y le dijo: “No, no eres tú el hombre que deseo, tú eres feo y achaparrado”. El hombre, despechado, se perdió sólo por los caminos de Sierra Morena. Sólo la luna fue testigo de su pena, sólo la luna contempló su llanto, un llanto que hizo brotar lágrimas de aceite.

Dedicado a los olivos.