martes, 28 de junio de 2011

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No recuerdo a que edad exactamente, a los 5, 6 o 7 años pero con seguridad sé que mi abuelo si era lo suficientemente viejo para sentirme yo su nieto.

Paseábamos los domingos después del desayuno por aquellas silenciosas calles de Sarajevo donde sólo el trinar y el trajín de los pájaros, junto a los pocos transeúntes que se daban los buenos días, caminábamos a mi parecer sin rumbo fijo.

Puntualmente a la diez en el kiosko de música, el director de la banda alzaba su batuta y se iniciaba un torbellino de notas que entonces no me gustaban, y ahora, echo de menos.

Después íbamos al café , yo comía delicias turcas y mi abuelo café y su narguila sin el permiso de mi abuela. Mi abuela...” Quien no come con pan no come”...me repetía todos los domingos en el almuerzo. Los domingos eran especiales, el día donde mis padres desaparecían para ser sustituidos por la ternura de la primera generación. Aún hoy en día, cuando escucho una nana me acuerdo de mi abuela y alguna lágrima recorre mis mejillas, porque lo peor del olvido es siempre el recuerdo.



Dedicado a mis abuelos Alma y Goran



sábado, 25 de junio de 2011

Bjala Stala




Volvió a la poesía.

A esa poesía que al ser leída se clava sílaba a sílaba en lo más hondo del corazón... si, el corazón, ese que de vez en cuando sabemos de tenemos porque deja de latir por unos instantes...

Volvió a sus poetas favoritos, exiliados al otro lado del océano y cuyas miradas jamás volvieron a ser las mismas...

La última vez tenía 19 años y había muerto dos veces, demasiadas veces para 19 años...

Volvió a sentir de nuevo como el silencio tenía su propia melodía y las noches representaban la soledad del ausente...

Volvió a prescindir del sueño porque no había nada que soñar...

Volvió a tener la mirada perdida entre un pasado muerto y un presente agónico...

Y volvió a recordar que para nacer, primero tenemos que morir... morir de verdad.


Nota:pasen y vean  http://www.youtube.com/watch?v=U6ocYiqZLIw&feature=related




miércoles, 22 de junio de 2011

Certamen de microrelatos “Se ha escrito un (micro) crimen”

Unos amigos has organizado un concurso que os puede resultar interesantes... Echadle un vistazo este lista de normas, desempolvad las plumas y quemaros las pupilas escribiendo en mejor de los relatos. Ánimo, yo ya voy para allá...Aunque antes debería saber si sigue abierto el plazo...

Por la presente, El superilustre, hiperantiguo y ultraexclusivo club de novela criminal Las Casas Ahorcadas, convoca el primer certamen de microrelatos Se ha escrito un (micro) Crimen y declara que:

1. No tenemos donde caernos muertos, así que no podemos pagaros.

Eso sí, disponemos de un cojoestupendo lote de cinco libros para seguir alimentando el ingenio y la sed de sangre del vencedor y prepararemos un diploma a la altura de las circunstancias, que mandaremos al domicilio del afortunado…y sin portes, que somos la generosidad personificada.

2. No nos conoce ni nuestra madre, así que no podemos haceros famosos.

Pero es lo más parecido al Pulitzer que existe en Cuenca, y viniendo de una antigua aspirante a capital europea de la cultura… no es moco de pavo, ¿o sí?

3. Pero, ¿Qué ha de hacerse para conseguir tan suculento premio?

Elemental, si se trata de un concurso de micro relatos… parad el carro, Sherlocks, que no vale cualquier milonga. Para haceros con el ansiado lote, primero dejaros caer por nuestro blog (casasahorcadas.blogspot.com), leed atentamente la micronovela por entregas que, con el título Se ha escrito un (micro) crimen, llevamos publicando desde noviembre dentro de la etiqueta microcrimen (12 en la primera temporada y 8 en la segunda para ser exactos), y escribid el mejor desenlace que se os ocurra en menos de 500 palabras.

4. Una vez escrito, y repasadas las faltas de ortografía (que para eso inventó el tío Gates el corrector del Word) lo enviáis adjunto a un correo donde aparezcan vuestra dirección postal y datos personales con asunto Concurso antes del 15 de junio a la ingeniosa dirección de correo lascasasahorcadas@gmail.com.

5. La decisión del secreto e insobornable jurado, compuesto a partes iguales por escritores y miembros del club, será inapelable y aparecerá publicada, junto con el texto, a finales de junio en nuestra bitácora.

6. Sus sesudos miembros valorarán especialmente la calidad literaria, originalidad y coherencia con el resto de la micronovela.

Si has llegado hasta aquí, muchas gracias. Y si además participas o lo divulgas, te hacemos la ola.

Podéis daros una vuelta por este rincón tan "negro" en: http://casasahorcadas.blogspot.com/

Un saludo y animaros a participar...

lunes, 20 de junio de 2011

Sobre la soledad y mi primer polvo en un probador...

Quería escribir hoy sobre la soledad, más concretamente, sobre cómo ésta te asalta en los momentos más inoportunos, cuando pensabas que ya la tenías controlada y acotada a instantes concretos de tu existencia, guarecida detrás de determinados hábitos personales. En mi caso, hombre experto en existencias solitarias, la soledad sigue acosándome, dándome esporádicos hachazos y despertando mis temores en las circunstancias más imprevistas. La soledad es experta en asaltarme cuando tengo la guardia anímica más baja. Son curiosos sus mecanismos para mostrar su inevitable presencia y poderío. Es fulminante su golpe, por ejemplo, cuando al ir conduciendo tengo que detenerme en mitad de cualquier parte para comprobar el mapa, por no tener a nadie sentado a mi lado que vaya haciéndome indicaciones (agradecería incluso perderme por dichas indicaciones, con tal de no viajar solo). Sigue siendo agudo el dolor cada vez que llega a mí alguna imagen de Granada, ciudad a la que por ahora veo muy complicado el retorno, aunque, ahora que caigo, esto quizás sea melancolía en vez de soledad ¿no? También es visto y no visto el malestar que se apodera de mí, cada vez que entro solo a un centro comercial y compruebo cómo instintivamente, sigo un recorrido predeterminado y voy llenando el carro con los mismos productos, siguiendo una ruta marcada por los mismo pasillos. Me doy cuenta con que facilidad la rutina se ha apoderado de mi vida, y me ha convertido en un hombre previsible. En esos momentos, el ánimo me culebrea, y sin pensar estalla una pequeña revolución dentro de mí. Giro el carrito de manera brusca, un carrito con una increíble tendencia a golpearse contra los mostradores, y me meto, inconsciente, en el primer pasillo que me ha salido al paso. Me azota entonces una ola de bochorno, porque el pasillo elegido resultar ser el de la lencería femenina. Nunca las revoluciones, incluidas las personales, fueron sencillas, y pese a este valiente giro espontáneo, continúo sintiéndome solo, y ahora además, algo confundido y porque no decirlo, ligeramente excitado. Pero salgo de ese primer pasillo, con el estómago encogido, el pantalón algo más apretado y envuelto en ese vértigo gustoso que me entra cuando empiezo a filtrear con la ilegalidad. La experiencia es grata, se apodera de mí un orgullo como de salmón, experto nadador contracorriente, anárquico salmónido y padre filosófico de todas las revueltas populares. Y entonces me inflo de valor, incluso de cierta irresponsabilidad. Ya no sólo camino por secciones desconocidas, nunca antes transitadas por mí (como jardinería, electrónica o bricolaje, curiosamente, en esta última no me ha asaltado ningún barbudo vasco que me explique las ventajas de la silicona), sino que además me cambio del carril, de repente soy un kamikaze, a los mandos de un carrito del “carreful” con turboinyección, llantas de aleación y la dirección más desasistida que nunca. Voy rozando pilares, haciendo tambalearse tiestos, vasos, jarrones y demás productos frágiles de las estanterías; cual caballo de Atila por donde paso no vuelve a crecer el consumismo. Asolo estantes, zarandeo mostradores, derrumbo pirámides de latas de tomate…, hasta que ocurre lo inevitable. Al fondo del pasillo por el que zigzagueo sin control, descubro la figura, ausente pero precisa, del guardia de seguridad. Y la valentía y el aliento insurrecto que me dominaban hace unos segundos, huyen de mí cuales ratas en barco zozobrante, y en cuestión de segundos permuto de che de hipermercado a inocuo consumidor. Freno mi carrito, lo recoloco en el carril adecuado, y comienzo a llenarlo con cuanto producto en oferta me sale al paso. En media hora todo ha terminado, estoy conduciendo de vuelta a casa, con el maletero repleto y una estúpida sonrisa en la cara.

Por cierto, esta no es la historia que, como bien anuncia el título, tenía pensado contar. Y es que ocurre a veces, que en mi errático y suicida transitar por los pasillos, no han sido las fuerzas del orden con las primeras que me he topado, sino que he acabado impactando con el carrito de otra joven solitaria, de corazón también falto de aventuras y sublevaciones furtivas en estrechos probadores. Y en esas veces, a veces ocurre que brota el milagro, con un par de miradas cómplices se dice todo. La historia que surge entonces es bien distinta, digamos que con un final aún más feliz, pero que, por falta de tiempo y de espacio en este folio, tendré que contar en otra ocasión…

viernes, 17 de junio de 2011





Despierto, bueno no, abro los ojos... si definitivamente despierto... lo primero que veo son unos números rojos parpadeando...flash, flash, flash... vuelvo a cerrar los ojos pero sigo despierto... pienso... bueno no, me pregunto : ¿qué día es hoy?... Me duele la cabeza, señal unívoca de haber dormido poco o haber dormido mucho... Empiezo a estar confuso... todo se mueve hacia extremos opuestos, duermo o no duermo, estoy despierto o es sólo un sueño... Hago un esfuerzo, abro los ojos y me incorporo en un único movimiento... la habitación está en penumbra pero a través de las ranuras de la persiana, rayos de sol blanquecinos me saludan...el polvo en suspensión crea una caleidoscópica imagen en cada rayo... es viernes, creo... si viernes... Vuelvo en sí... sé quién soy...me reconozco... miro mis manos...si soy yo... giro la cabeza y veo una botella vacía junto al despertador ... si, no ha sido un sueño... he perdido a un amigo y me encuentro vacío... el alcohol hizo su trabajo pero ahora, tras la amnesia inducida viene lo terrible... enfrentarse con una realidad que a veces creo que es un mal sueño... la luz sigue penetrando por las rendijas de la persiana...

martes, 14 de junio de 2011

IDIOSINCRASIA (o porqué Jimena se hizo bibliotecaria) FIN


Y Jimena se vió de repente sola en el pasillo, expulsada del paraíso, sin saber qué hacer, con la amarga sensación de haber descubierto un tesoro pero sin haber podido apenas disfrutarlo. Volvió por fin a su cuarto, asustaba, aturdida, pero con la firme decisión de volver pronto a ese despacho y continuar de algún modo disfrutando de su increíble hallazgo. Y sin dejar de susurrar “idiosincrasia”. La repetía una y otra vez, como quién esconde una moneda de oro en un bolsillo y no deja de tantearla y sopesarla con los dedos.

No tardó Jimena en volver al despacho, no dejaba de darle vueltas a la biblioteca de su padre y a todo lo que podría descubrir en ella. Como ignorar a todas esas palabras amontonadas. Así que a la primera ocasión que tuvo, cuando su padre salió una mañana a trabajar, se coló de nuevo en el edén prohibido. Entró con sigilo, con respeto, incluso con cierto temor, del mismo modo que entra un creyente a una iglesia. Se dirigió hacía la silla, en la que unos días antes había dejado el libro. Pero el libro ya no estaba. “Seguramente mi padre ha vuelto a colocarlo en su sitio, pero ¿cuál era su sitio?” Alzó la cabeza y comenzó a recorrer con la mirada una por una todas las estanterías. Al momento se dio cuenta de que recuperar el libro sería casi imposible. Ahora todos le parecían iguales, con sus lomos encuadernados de un modo parecido, con sus colores tan suaves, con sus mismas filigranas doradas. Pero no se desesperó. Con decisión se acercó a la estantería que tenía más próxima y cogió uno de los gruesos volúmenes. Volvería a recuperar esa palabra extraviada, aunque tuviese que dedicar para ello el resto de su vida. “Idiosincrasia, idiosincrasia, idiosincracia”. Etcétera…

Fin del cuento "Idiosincrasia"
Dedicado a Jimena Vázquez


lunes, 13 de junio de 2011




Andaba por la vida como un funámbulista borracho, sin importarle donde la cuerda o el equilibrio le abandonarían...

Era un barco sin rumbo incapaz de achicar todo el agua que le iba hundiendo...

Personaje tragicómico en una película donde nadie lo había contratado...

Verano sin sol, invierno sin hogar...

¿Dónde van a parar todos los sueños rotos?


viernes, 3 de junio de 2011

IDIOSINCRACIA (o porqué Jimena se hizo bibliotecaria) 3ª Parte

Un buen día, se coló en el despacho de su padre. Nunca había entrado en él, pero sabía que allí también se guardaban muchos libros. Esa habitación era como un santuario, el último de los viajes que realizaría en su búsqueda de todas las palabras del mundo. Y lo que encontró superó con creces todos sus sueños. Era una habitación elegante, con una enorme mesa en el centro. También había algunas sillas forradas de terciopelo, con hermosos respaldos de madera tallada. Pero lo que más le sorprendió fueron las estanterías que cubrían las cuatro paredes de ese cuarto, y como esas estanterías estaban completamente repletas de libros. No descubrió un solo hueco en el que colocar un nuevo volumen. No podía tampoco, colar alguno de sus dedillos entre los libros apilados, encajaban a la perfección unos al lado de los otros. Le sorprendía esa exactitud matemática, ese completo dominio del espacio. Pensaba que estarían en ese despacho, todos los libros del mundo. Como si no, justificar ese orden extremo, ese equilibrio en todos y cada uno de los anaqueles. En este despacho no faltaba ningún libro, ni podía sobrar alguno. Se preguntaba  porqué su padre nunca le dejaba cogerlos, o porqué nunca le leía alguno. Es más, siempre le regañaba cuando quería entrar aquí. Pero hoy su padre no estaba en casa, no podría prohibirle nada. Así que se armó de valor y cogió uno de aquellos volúmenes, el primero que se le puso a mano. Lo primero que le sorprendió fue su peso; era tal, que casi se le cae al suelo. Qué vértigo sintió al notar cómo le temblaban los codos y cómo apenas podía sostener ese libro entre sus brazos. “¡Cuántas palabras tendrá este libro para pesar tanto!“. Con mucho miedo y cierta inseguridad llevó el libro hasta una de las sillas y lo apoyó allí. Apenas fueron un par de metros los que recorrió pero estaba agotada por el esfuerzo. Se alejó un par de pasos de la silla, para contemplar mejor su captura. Aunque cansada y nerviosa, se sentía radiante. El grueso volumen permanecía silencioso, ajeno a la observación a la que estaba siendo sometido, casi incitante en su quietud e indefensión. Se volvió a acercar a él y empezó a pasarle las manos por encima, por su tapa dura, cubierta de tela. Era un ejemplar maravilloso. Se decidió a abrirlo, asiendo con dos dedos la tapa y volteándola con lentitud. Le vino al momento una bocanada de aroma a papel y tinta que la dejó embriagada. Nunca antes, el descubrimiento de un libro había supuesto para ella tal avalancha de sensaciones: su increíble peso, el tacto suave de la tapa, la dulce combinación de colores, el aroma a misterio que emanaba de él. Casi le dieron ganas de pasarle la lengua por encima para comprobar también cuál era su sabor. Pero lo que se encontró dentro del libro la cautivó todavía más. De cada hoja, pequeñitas, ordenadas, condensadas, le saltaron a los ojos un número ingente de palabras. Más palabras de las que jamás había podido imaginar, y más palabras de las que llevaba ya guardadas en su cabecita. Y el libro tenía cientos, no, miles de páginas. Las hojas tenían un tacto muy suave, muy agradable, extremadamente finas, como de seda. Fue pasando esas hojas tan frágiles con cuidado, con temor a que se deshiciesen entre sus  deditos. En un primer momento ni siquiera prestó atención a las palabras que había escritas en esas hojas. Estaba completamente desbordada, era incapaz de centrar su atención en algún párrafo, era incapaz de detener ese alud de verbos, nombres y adjetivos. Pero por fin, sobreponiéndose a su estupor, cerró los ojos, escogió una página a voleo y posó su dedo índice en una de las líneas. Por algún lado quería empezar a leer y comenzaría por la palabra que su dedo indicase. Abrió los ojos, se inclinó, entornó los párpados y leyó: “Idiosincrasia”. Primera palabra y primera sorpresa. Nunca había escuchado esa palabra: era por tanto una nueva adquisición. “Idiosincrasia”  repitió lentamente. “¿Qué significará? ¿De qué extraño mundo vendrá? Al menos sonaba muy bien”. Pensó. Y  comenzó su ritual para memorizarla, para pronunciarla con la más bella de las entonaciones. La pronunció en voz alta “Idiosincrasia”. Y repitió “Idios…”  Pero no pudo terminar de declamarla. En ese momento entró su padre. “¿Pero Jimena, qué haces aquí?¿No te he dicho que no toques esos libros, que no son para ti?”  Fue tal el susto que se llevó, que soltó el libro y este cayó con estrépito. Jimena pudo observarlo en su descenso, y le pareció un pájaro gordo y torpe que aletea desmañadamente por remontar su vuelo. Eso le parecieron, los lomos y las hojas que se agitaban mientras el grueso volumen se precipitaba contra el suelo. Le dio pena verlo así, tan desvalido, espachurrado, tan fuera del lugar que le correspondía entre sus brazos. Pero no tuvo tiempo de recogerlo. Más rápido que ella, su padre la cogió de una mano y la sacó de la habitación. “¿Ves lo que has hecho? Anda vete a jugar con tus libros y deja los de papá en paz.”

                                          Fin de la tercera parte... que acabará en el próximo capítulo.
                                                        Dedicado a todas las bibliotecarias y bibliotecarios...