lunes, 30 de agosto de 2010

EL FORJADOR DE OASIS

Goran, natural de Sarajevo y sietemesino, piensa un día que lleva toda su vida huyendo. Su nacimiento prematuro: una primera fuga del vientre materno, el cual nada más abandonar de nalgas, ya estaba echando de menos. Por eso lloró, como lloramos todos, nada más nacer. Y así continuó el resto de su vida. Goran, culo inquieto, abandonaba sin llegar a conocerlas, las ciudades por las que pasaba, para transcurrido un tiempo, desde la distancia, recordarlas como rincones exóticos, místicos, perfectos, a los que se cree está condenado a no volver. Goran, enjuto, pasilargo y con perfil de viento, nunca supo de que iba huyendo. A ratos se creyó cobarde, agachaba las orejas y saltaba por la ventana a la más mínima señal de contienda. Pero no, Goran sabía que no era un pusilánime. Por momentos se sintió Goran asediado por los remordimientos. ¿Remordimientos de qué? Si en su prisa, Goran, nunca tuvo tiempo de cometer errores, de quebrar corazones o de sembrar querellas.

Nadie en realidad supo quién fue Goran. Acaso lo recuerdan como una sombra fugaz que apenas levantó una nube de polvo al salir corriendo. Que fue Goran pura humareda.

Pasaron los años y la espalda de Goran se curvó, como queriendo su cuerpo doblarse en una última y agónica búsqueda de sí mismo, abrumado sin saber por qué. Todo lo que le rodeó, fue para él puro lastre, puro cerco, puro desconcierto. Los caminos por los que transitaba se hicieron infinitos, las personas con las que se cruzó, insondables, los pensamientos que todo esto le acarreó, volátiles. A todo lo que Goran osaba acercarse, de repente aumentaba de tamaño, se hacía inabarcable. Se desesperaba al recordar las calles de su Sarajevo natal. Mil mañanas las recorrió y nunca fue capaz de atraparlas en su memoria. Cada mañana se inventaban esas calles nuevas aceras que transitar, nuevos escaparates en los que reflejarse, nuevas farolas que alargaban las sombras, y sobretodo, nuevos transeúntes con rostros austeros y enfermizos. Rememoró también Goran las mujeres que amó a lo largo de su vida. Las volvió a materializar entre sus manos, volvió a acariciarlas, y volvió a sentir como sus pieles se tornaron elásticas, el tacto cambiante y huidizo al encontrarse con su búsqueda. En cada mujer que amó, no encontró Goran uno, sino miles de cuerpos ajenos que eran como mil mundos que no dejaban de crecer entre sus brazos, de inventarse una nueva orografía de senos, caderas, labios y miradas. Nuevos milagros que a su vez se esforzó en amar, pero que se fueron diluyendo entre sus labios y le dejaron el corazón exhausto.

Goran fue en sus primeros días pura ansia, pura inquietud, pura búsqueda. Goran nunca huía, Goran indagaba.

Goran está sentado ahora a la orilla del mar. Cuestiona un abordaje de utopías. Se siente cansado pero no puede evitar el asedio de los sueños. Quisiera ser un hombre sencillo, carente de todo misterio, pero no sabe cómo serlo. No sabe Goran porqué nació con la maldición de poseer un espíritu presuroso y zozobrante, ajeno a una patria voluble de días raquíticos y noches miserables. Agotado, en la orilla del mar, todavía se pregunta Goran cómo atrapar con sus manos toda la arena de la playa, o cuántas son las olas que se desprenden a cada instante de este mar Adriático.

No sabe Goran cómo comprender la vida y todo lo que hay en ella.

jueves, 19 de agosto de 2010

hey ho let's go



Siguiendo la estela de mi querido y borracho amigo Goran hago un homenaje a los Ramones, ah ¡ por cierto Goran , no vayas a Canada… el tabaco es carísimo…23€, aunque con lo mafioso que eres el dinero nunca será un problema para ti.


Se puede ser un gilipollas al estilo Goran Zelic o un gilipollas al estilo Zelic Goran… conocí a mi beodo amigo cuando colgó los hábitos de bibliotecario (bueno no todos, siguió conservando su amor por la botella y cierto retraso mental), luego desapareció… lo volví a encontrar años después en calidad de maestro Jedi. Se había dejado la barba y una barriga de 20 kilos, por motivos de salud había cambiado “el Celta sin boquilla” por la marihuana ecológica… reciclaba antes de tirar la basura metiéndolo todo en la misma bolsa… creo que no había entendido bien el concepto…

Su conversión mística sucedió a través de una silla (eso decía él ) un día cuando estaba intoxicado por unos medicamentos caducados (nota: revisen sus botiquines cada seis meses, por favor)… vio la luz (más bien el recibo de la compañía eléctrica) y encontró el verdadero significado de la Vida…como maestro Jedi, su misión era la de sermonear a cualquier que le dirigiera la palabra, bien para preguntarle la hora o la localización de una dirección… Sus extrañas teorías podían oscilar desde la creación del Universo hasta como hacer una tortilla española de 18 huevos sin dejarla cruda por dentro. Un día, cuando se le pasó el efecto de aquellos medicamentos caducados, pasó de nuevo por el lugar donde encontró el significado de la vida y zas…¡ aquella desvencijada casa había desaparecido en pos de un gran centro comercial… pobre Zelic… tras la primera conmoción, empleó su técnica Jedi y logró sacar una conclusión vital : La vida era como una caja de bombones…(perdón, eso es de la película Forrest Gump)…La Vida era como una silla solitaria en una casa medio derruida, nunca se sabe cuando vá a desaparecer…o algo así.

 
Dedicado a Cris.

viernes, 13 de agosto de 2010

LA SILLA




Ni toda la filosofía leída, pensada o asumida me hace sentir tan vivo como las canciones de Los Ramones… no tiene nada que ver con lo que os contaré a continuación pero me apetecía decirlo…Viva Los Ramones ¡¡¡¡¡¡



Cuando tuve la crisis de los cuarentas a los doce años, llegué a la conclusión de que había leído demasiado y que nada de lo aprendido servía para algo. Siguiendo mi estela de brillantez, a los veintitrés decidí marchar a la Universidad para tener un futuro prometedor… me hice bibliotecario…(Se permiten las Carcajadas). En un país donde aún te preguntan para qué sirve un bibliotecario me hizo sospechar que había elegido una profesión demasiado exótica…lo peor era que los bibliotecarios también se lo preguntaban… Tras aguantar al gremio (alcohólicos, frustradas sexuales y retrasados mentales), yo entraba en la primera y la tercera categoría, creí cumplido mi periodo de prueba..

Sopesando el momento histórico que vivía, la llegada del Apocalipsis, decidí probar suerte en la Legión Extranjera. Tras las primeras palizas y novatas( eso sí con clase, te gritaban en francés), elegí el Pacífico Sur para servir a mi nueva patria y me enviaron al Sahara, aún creo que no rellené bien los formularios…

Yo creía que eso eran cosas de las películas donde los valientes legionarios eran atacados por hordas de nativos montados en camellos con los dientes picados por el exceso de azúcar en el té y el tabaco…si, si…tabaco… Ahora, tenían los mismos dientes pero iban montados en 4x4 y te lanzaban bombas como los reyes magos reparten caramelos. Tras cinco años de servicio lo dejé, aquello era demasiado violento para mis nervios… Ahora podía marcharme al Pacífico pero el calentamiento global había hecho subir el nivel del mar, sólo quedaba Australia y la llamaban la pequeña Cuba de Oceanía…

Una tarde de otoño, paseaba y encontré una vieja casa en ruinas. Desde una de las ventanas sin cristales, se podía observar el vacío y el abandono… salvo por una silla en medio de la Nada. Tras un rato mirándola fijamente, por mi mente pasó el verdadero significado de la Vida…y era… otro día os lo cuento, ahora pruebo suerte como maestro Jedi… pero creo que tampoco es lo mío…



UN PAR DE POEMAS

A LA CAMARERA DEL FOGÓN DE GALICIA

La vida es en el bar anodina
como una burbuja de humo.
La música congela las palabras,
los verbos surgen inconclusos,
las cabezas gachas
y una esperanza que se rinde suave.

Sólo ella es soberana
rodeada de tanto destierro.
Sus trazos de cintura
ignoran la procesión de mis suspiros,
pero cada jueves
transforma mi sentir fugaz
en una vereda, un hilo de cobre,
algo siempre elástico,
algo escuetamente certero.

Tras su muro de ocho horas y
ciento veintidós centímetros
dirige un tímido tráfico de recuerdos
entre aromas a sepia y berros,
de whisky con hielo y algún ribeiro.
Yo consumo y me consume
el deseo, la observo, me alejo.
Triste dejo la propina de estos versos
sobre la barra, mientras ella multiplica
el vino
con agua.
Dedicado a Nuria

A la espera de nuevos duelos, (nuevos enredos en los que vernos forzado a desempolvar nuestra inventiva y nuestro ingenio), recurro a viejos poemas para rellenar alguno de los huecos que puedan ir quedando en este rinconcito literario. Viejos poemas que me recuerdan algunos de los sueños que surgieron en la ciudad de Granada, y tras los que corrí durante algún tiempo. Viejos poemas que ahora vuelven a la luz, como un recuerdo, como un reproche, quizás también como una segunda oportunidad... ¿Tendré que volver a Granada para volver a soñar con ser un poeta? 





POETAS

Poetas

endémicos

como a una tribu ajena al ritmo social
se los recluye fácilmente
en una reserva llamada adolescencia
y sus versos actuales
se transforman en irremediables intentos de suicidio.






viernes, 6 de agosto de 2010

LA SILLA

                   Y fue justo cuando se subió a la silla que comenzó a verlo todo claro. Apenas se había alzado unos centímetros del suelo, el cambio de perspectiva no había sido muy sustancial, pero desde allí las respuestas empezaron a acudirle como un hatillo de guancitos. Desde su nueva altura podía apreciar con mayor detalle el cerrete de gente que le rodeaba y permanecía atento a su figura desaliñada. Podía ver tras el gentío, las fachadas blancas y polvorientas de las casas que ceñían la plaza central de Aguas Prietas, con la iglesia de Santa Úrsula, que procuraba con más pena que gloria mantener erguida la espadaña del campanario. Y tras esas casas y esa iglesia, se alzaba la silueta implacable, árida, pendeja de Sierra Rapada. Esa sierra mezquina, tachonada de chumberas como picaduras de viruela, que durante las últimas semanas había sido su morada. Aunque el deambular errático por esas lomas había terminado hacía ya algún tiempo. Ahora volvía a estar en el pueblo, en su plaza, subido a una silla, rodeado por la atenta mirada de sus vecinos. Escuchaba también el canto de las chicharras, segundero del verano, y parecía que ese tórrido compás quisiera decirle algo. Notaba Venustiano Luengo como todos sus sentidos, azuzados por el bochorno y el murmullo que le rodeaba, se iban afinando. Además sentía como si con el sencillo gesto de doblar una pierna y encaramarse a la silla, en realidad se hubiese elevado a los cielos, impregnándose a la vez de una sabiduría infinita. De repente lo vio todo claro. Más que verlo lo sintió. Las respuestas le llegaron desde todos los ángulos del secarral que le rodeaba y se fueron desparramando con suma rapidez por los rincones de su espíritu. El murmullo de la gente le hablaba, el chirrío de la chicharra le hablaba, las gotas de sudor que perlaban su frente y sus mejillas le hablaban, su piel que se incendiaba, sus rodillas que empezaban a crujir y quejarse… Todo le hablaba y todo lo entendía de forma clara. Venustiano había errado en su destino. La solución no era unirse a las huestes de Zapata. Con ese vagar por el desierto y soliviantar cortijos no conseguirían enderezar esa patria quebrada. Tampoco llevaban la razón los sicarios del tirano Porfirio. Los revuelos del pueblo, los abusos de los poderosos, ese ir y quemar de poquito a poquito los rincones del país, ese tirar unos de otros no era lo cabal que pedía la tierra. Esa tierra más extensa, esa tierra cuarteada, esa tierra quejumbrosa, esa tierra aún más grande y más sabia que el propio México. Esa tierra que era la que ahora le platicaba con sus señales ancestrales, y que antes ya había hablado con otros que ya se chingaron y sangraron sobre ella. Y la tierra plañía, le decía al pobre de Venustiano qué era lo bueno para ella, hacía dónde debían los hombres dirigir sus pasos si no querían pisotear más sus entrañas secas.

Y el sol desde lo alto derramó sobre las cuencas de sus ojos un último fogonazo.

Y fue que Venustiano quiso hablar, comunicar a todos los que le rodeaban lo que había descubierto, lo que la tierra le desvelaba, cuando alguien le pegó una patada a la silla. Y allí quedó el cuerpo de Venustiano Luengo, meciéndose con un ligero crujido en el centro de la plaza de Aguas Prietas. Y en su garganta se transformaron en ahogo unas palabras que jamás serían escuchadas.

Este cuento, qué cojones, se lo dedico a Javi, y a Benhumea y Pati, nuestras lectoras mexicanas.

lunes, 2 de agosto de 2010

Vista la apatía reinante en el blog, el caballero Feldkhon (http://www.infinitosmultiples.blogspot.com/) ha tenido que sacarnos a flote con una colaboración. Aquí va:


No sé si serán estos días de verano los que me hacen huir del calor. Tal vez sea que nunca me ha agradado, que el calor trae corrupción, suciedad, miseria. O tal vez, sin más, es el aire acondicionado que se ha vuelto a estropear.




Salgo de mis reflexiones e intento entrar en las tuyas. Como siempre, la puerta de tu alma permanece cerrada. Hace años que no abre. Hace años -muchos, ni me acuerdo cuántos- que alguien pasó por ahí y quitó el cartel de "Cerrado". Un alma tan cerrada que ya a nadie le importa que esté cerrada.



A nadie excepto a mí, claro. Yo sigo pasando horas delante de esa puerta, aunque sea domingo, aunque nieve, aunque sea fiesta nacional. No conozco tus horarios. Quizá en ese mundo al que te fuiste, más allá del velo de la consciencia, tienen distintas políticas de apertura de locales.



Los primeros años fueron los mejores. Tu recuerdo seguía vivo y, aunque no fuera lo mismo, podía pretender que aún sentía tu olor. Fingía que me preguntabas y yo te respondía, como hacíamos siempre. Entonces era feliz con ese juego, pero ahora me arrepiento de no haber aprovechado el poco tiempo que tuvimos. Si volviera a esos años sería yo quien preguntara y guardaría cada una de tus respuestas en un lugar frío y oscuro para que este maldito calor no pudiera descomponerlo.



Más tarde, a medida que mis cabellos se volvían grises y mis manos se ajaban, tu recuerdo empezó a convertirse en una fantasía creada por mi mente. Tus ojos ya no eran tus ojos, sino unos parecidos que había visto en una revista. Tu voz empezó a sonarme robótica y hueca. Con el tiempo, empecé a creer que tú nunca habías existido, que esa imagen difuminada en mi memoria nunca había correspondido a otro ser vivo.

Obviamente, la desesperación se apoderó de mí. La combatí con mi estrategia tradicional: sentarme en un rincón hasta que se pase. Parece que funcionó.



Ahora todo es más amable, más conocido. Soy un hombre viejo y ya nadie espera que haga nada útil con mi vida así que no decepciono a nadie. Nunca he aguantado decepcionar a los demás. Mi dolor y el dolor que mi dolor me provoca han pasado a segundo plano. Los siento tan naturales como los dedos de mis manos -o incluso más. Me siento delante de esa puerta, esa puerta que llevo cuarenta años sin abrir, a esperar que, por algún milagro de la naturaleza se abra y aparezcas tan radiante como entonces, tan feliz, tan joven...



Creo que hoy es el día. Me he levantado con una especie de picor en la nariz, el aire está enrarecido. Hoy tengo que abrir la puerta.

Inspiro profundamente y me acerco a ella. Cada paso retumba con el sonido de lo inevitable. Noto mi respiración acompasada con los latidos de mi corazón anciano y roto.

Agarro el picaporte y con inmensa lentitud lo giro. La puerta, para mi sorpresa, apenas chirría. Con miedo y esperanza miro el cuarto. Ahí sigue tu silla -como siempre- vacía.



Soy demasiado viejo como para pensar dos veces lo que hago. Me acerco a la silla, esa silla que te envió al otro lado, esa silla que siempre he odiado. Ahora más que un enemigo parece un viejo conocido. Eso me satisface.

Subo un pie a la silla, como hiciste tú cuarenta años atrás. Parece que sigue estable, parece que cuando toda la humanidad haya perecido esta silla seguirá impasible, riéndose de la debilidad de los organismos vivos.

Con suma cautela me agarro al respaldo y subo el otro pie. Trastabilleo y estoy a punto de caer pero me mantengo -una lástima, siempre he tenido un gusto oscuro por las ironías.

Me yergo sobre la silla y veo lo que tú viste. Una escena desoladora para un momento desolador, me parece apropiado. Miro la cuerda que usaste y que no me he atrevido a quitar -supongo que, de alguna manera, sabía que tarde o temprano le daría uso.

Me queda un poco baja, claro, la preparaste para alguien de tu estatura.

Introduzco la cabeza en el lugar correspondiente. Me queda bastante ajustada, como si me hubieras dejado una pista de lo que querías que hiciera. Ajusto la cuerda al cuello casi hasta sentir dolor.

Siento haber tardado tanto en tomar la decisión, siempre he sido un cobarde. Ya va siendo hora de reunirnos de nuevo.



Sólo puedo formular un pensamiento antes de derribar la silla:



¿Te acuerdas de mí?