lunes, 21 de junio de 2010

LA HOGUERA

Hemos vuelto y esta vez no cometeremos errores. Esta vez no permitiremos que pongáis en duda nuestras ideas. No permitiremos que os enfrentéis a nosotros. ¿Cómo dudasteis de nosotros la primera vez? ¿Cómo fue posible que os enfrentarais a nosotros? Y sobretodo, ¿cómo pudisteis derrotarnos? Éramos fuertes, éramos muchos, y estábamos decididos. Pero fuimos condesciendes con vosotros. Y ese fue nuestro primer error. En nuestra fortaleza, no en la vuestra, se incubaba el germen de nuestra propia derrota. No fuimos capaces de acallar todas vuestras voces que se alzaron en nuestra contra. Pero no fuimos derrotados por esas voces, fuimos derrotados por los hombres que las gritaban. Quemamos vuestros libros sí, y fue divertido. Creíamos que así disiparíamos vuestras dudas, borraríamos vuestra memoria, eliminaríamos vuestra razón. Pero no fue suficiente. Por cada libro que destruíamos nosotros, vosotros escribíais otro. Por cada tomo que caía en una de nuestras hogueras, de cualquier rincón surgían vuestras manos enarbolando una pluma y un papel. Nuestro fuego quedó exhausto, y al final se apagó. Y fuimos derrotados y nos llamasteis bárbaros.

Pero volvemos a estar aquí, entre vosotros, y volvemos a ser muchos, a ser fuertes y volvemos a estar decididos. Y esta vez no cometeremos errores. No tendremos tregua con vosotros. Multiplicaremos nuestros incendios, llegarán más altas sus llamas. Volveremos a quemar vuestros libros, sí, y volverá a ser divertido. De todas las calles y plazas de la ciudad surgirán luces de muerte y destrucción. Danzaremos embriagados alrededor de esta luz renovadora. Y no arderán en esas hogueras sólo vuestras palabras, ¡no!, que con ellas arderéis también vosotros. Esta vez seremos implacables. Con cada libro que quememos irá detrás quien lo gestó. Y con él sus hijos y los hijos de sus hijos. No surgirán así, nuevas manos que den nueva forma a la memoria. ¡No, esta vez no! Cualquier forma de réplica, de duda, de razón, será amputada de raíz antes de su florecimiento. Sólo nuestra palabra será la justa, y sólo nuestra la voz que podrá pronunciarla. Sólo sin vacilaciones, sin corduras ni criterios, podremos ser grandes. Las opiniones son lastres, las palabras deben ser sólo maderos para un fuego que esta vez sí durará mil años. Las manos son para alzarse unos a otros, no para expresarse. Te he avisado, enemigo, deshazte pronto de todo raciocinio, de toda forma del pensamiento, o serás exterminado. Sigue mi ejemplo, agárrate a mi mano, cierra los ojos y ten fe ciega en mí. Que cuando acabe de escribir esta carta, le prenderé fuego, y después, saltaré a mi propia hoguera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Buenísimo! Qué rápido lo has escrito, Ilustrado.

Es tan nazi que me tiene que gustar a la fuerza.

¡Un beso, pásalo bien este fin de semana!

C.

Tresmasqueperros dijo...

Es más inquisitorial. Curiosa la sensación de meterse en el cuerpo de un energúmeno, y adictiva...