viernes, 21 de mayo de 2010

GÉNESIS (última parte)

No sé que me sorprende más, si esa repentina intromisión, o que ella sepa mi nombre. No recuerdo haberme presentado en ningún momento de la conversación.

- Espero que hayas disfrutado con el espectáculo, jefe.- le digo al viejo

- Los he visto mejores.

- Y seguro que más largos...¿Qué es lo qué quieres? - Eva responde tranquila.

- Lo sabes de sobra.

- ¿Y para pedirme eso has tenido que traer a este?

- Sentía curiosidad porque volvieseis a veros.

- ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Qué cojones es todo esto? – pregunto, aún con los pantalones por los tobillos.

- Quiero que me devuelvas lo que me robaste. Sólo eso. Después no os molestaré más.

Ninguno de los dos parece percatarse ya de mi presencia. Me visto como puedo y me gustaría escabullirme de esta escena que cada vez me resulta más absurda e incomprensible. Eva se levanta, pasea su cuerpo desnudo por la habitación y se dirige a un pequeño mueble que está medio escondido entre un montón de ropa. Lo abre y saca algo de su interior. Entonces se dirige hacía el viejo. En la mano, ahora puedo verlo con claridad, lleva una manzana. Una jodida y simple manzana

- Toma, pero no quiero volver a verte. Y a este pingajo tampoco. – esto último, por supuesto, lo dice señalándome a mí.

- ¿Me dirás alguna vez porqué lo hiciste? Te lo di todo, os lo di todo. Sólo te pedí que nunca cogieses esa manzana de mi jardín. Acaso era algo tan difícil de cumplir.

- Vete a saber porqué lo hice. Eso ya no importa. Ahora márchate, por favor.

Por primera vez en todos estos encuentros veo al viejo ponerse nervioso. Parece dudar si coger la manzana o dar media vuelta y salir corriendo. Al final acerca su mano a la de Eva, que desde hace unos segundos la ha tenido alzada frente a su cara y se apodera de la fruta. Su mirada esta cargada creo que de pena, quizás también de ira y algo de desprecio. Me mira también a mí pero yo ya no sé que pensar. Por fin, gira sobre sus talones y se aleja a lo largo del pasillo. Eva se vuelve entonces hacía mí, el gesto serio, los ojos encendidos.

- Y tu qué, gilipollas, ¿sigues sin enterarte absolutamente de nada?

Pues sí, realmente no me he pillado de la misa ni la mitad, sólo caigo en la cuenta de que al largarse el viejo se esfuman también todos esos sobres cargados de pasta: tendré que volver sudar, retomar el pateo de las calles, para costearme le papeo diario. Jodía Eva ¿Todo este follón por guindar una puta manzana?


FIN DE
"GÉNESIS"
(gracias a todos que habéis llegado hasta aquí)

martes, 18 de mayo de 2010

GÉNESIS (Penúltima parte)

- ¿Has venido a traerme flores?

- No, sólo a invitarte a una copa. – entro por fin y suelto uno de los vasos en el tocador, frente a ella.

- No bebo, cariño, pero gracias por el detalle. Otros van más al grano. No se andan con disimulo.

- Tranquila, no soy de esos. Sólo quiero charlar un rato.

- ¿Tranquila? No soy yo a quien le tiemblan las manos. Pareces buen chico.

- Afuera hace un poco de frío. No tengo ninguna culebra con la que abrigarme – por cierto, me pregunto dónde habrá dejado al bicho. Casi prefiero no saberlo.

- Además eres gracioso. A lo mejor acabo tomándome un trago contigo. Pero no podré quedarme mucho tiempo.

- Sé buena, dale un poco de cháchara a este nuevo admirador.

- Creo que por hoy ya has tenido suficiente ¿no? ¿Por qué no te sentaste más cerca? ¿Acaso me tienes miedo?

- ¿Quieres que te diga la verdad?

- Sorpréndeme…

- No es miedo, rubia, tu cuerpo, produce vértigo.

- Vaya, que tierno, el niño se me marea si se levanta de la silla.

- Y podría resbalar entre tanta baba.

- Atajo de perdedores. – esto último suena como una lejana letanía.

- ¿Qué hace una mujer como tú…

- … en un sitio cómo este? Creo qué tú deberías saberlo mejor que nadie.

Eva, Eva, Eva. ¿Quién cojones eres? Casi sin darme cuenta me sitúo detrás de ella. Tiro mi vaso a un rincón. Deslizo una mano por su espalda. Con la otra le agarro uno de los pechos. Comienzo a besarle el cuello. Ella se deja hacer. Echa su cabeza hacia atrás para acomodar mejor mis labios. Mis manos se enredan ahora en su larga melena. Creo que suspira. Se gira y busca ansiosa mi boca. Nuestras lenguas se enredan. Me desnuda con rapidez. Ella sólo lleva puestas unas medias. Se sienta sobre el tocador y rodea mi cintura con sus piernas. Su coño es un agujero dorado que me absorbe. La follo con fuerza, su cuerpo se agita con cada uno de mis empujes. De repente me envuelven una serie de sensaciones familiares. El sabor de su saliva, el tacto rígido de sus pezones, el cimbreo de sus pechos, el calor de su piel, la fragancia de su pelo, todo son aromas y sabores que ya he probado antes. Su sexo, una oscuridad en la que ya me he perdido otras veces. Me tumba rápido el placer. Apenas media docena de envites y me vacío dentro de ella. Joder, no siempre puede uno agenciarse mujeres como esta y qué poco me ha durado.

- Uff, lo siento, no suelo ser tan rápido. – de repente todo resulta vulgar y yo soy puro fracaso.

- ¿No has sido capaz de venir solo? No te imaginaba tan retorcido.

No entiendo muy bien sus palabras, hasta que adivino detrás de mi hombro la silueta del viejo. Está recostado sobre el marco de la puerta que hace unos instantes tanto me costó atravesar.

- Tenemos visita, Adam.
(Fin de la penúltima parte)
Dedicada a Goran Zelic

lunes, 17 de mayo de 2010

PLACEBO ( Soneto al itálico modo)

¿Es envidia o tibia soledad esta
palabra que huye de mí? ¿Es celo?
Humano miedo en noche de desvelo,
dardo o sílaba escapa de ballesta

de Robín, incapaz de firmar gesta,
hazaña o fiesta que traiga consuelo.
No soy como vosotros, poeta. Al cielo
no logro alzar la certera cesta

de verbos, hipérboles y verdades:
El obsequio digno de quién me escuche.
He errado muñones de disciplina,

para dominar todas mis edades,
pero no encuentro la rime que luche,
que sea definitiva medicina...

(Dedicado a Emilio Vitoria, y a Garcilaso, mi alumno aventajado)

martes, 11 de mayo de 2010

GÉNESIS (6ª parte)

Dentro de poco empezará el espectáculo. Poco a poco los clientes van remoloneando a sentarse en los sillones que rodean el escenario. Yo prefiero quedarme donde estoy, acodado en mi barra, simulando cierta solvencia y escrutinio del panorama. El camarero me trae otra copa... Y lo que viene a continuación no sé muy bien como describirlo. Sale ella, completamente desnuda. Normalmente en este tipo de actuaciones las chicas empiezan algo más recatadas, calentando motores. Vestidas con algún estúpido uniforme y con cara de no haber roto nunca un plato. Todo resulta así artificial, plastificado, cuasipatético. Pero Eva va directamente al grano, nos fustiga a todos con sus primeras zancadas. A modo de chal, lleva la serpiente. Sus contoneos son brutales, salvajes. Sus caderas se transforman en un torbellino, sus piernas en dos látigos que enreda una y otra vez alrededor de la barra. Gatea cerca de algunas mesas con gestos felinos, sinuosos, oscilantes. La serpiente sigue una especie de danza propia recorriendo todo su cuerpo, sin desprenderse nunca de ella. Parece adherida a su piel. Sorprende la lentitud de su desplazamiento entre tanto vaivén frenético. Forman un solo cuerpo cuyos rincones uno no puede dejar de mirar. Observo como algunos borrachos hacen amago de abalanzarse sobre ella, pero, a la vez están sobrecogidos, clavados en sus asientos por tan misteriosa danza. Juegan con las miradas una partida de póker en la que ellos sólo llevan morralla. Van de farol. Los ases durante esos minutos son propiedad de Eva. Todo transcurre muy deprisa, como un polvo feroz. Los corazones laten a mil por hora, las manos agarran fuerte los vasos, los culos bien apretados al pellejo de los sofás, y las pollas como bengalas queriendo escapar de los pantalones. Pero todo alrededor de Eva huele a conato de derrota, sobre ella planean gemidos de impotencia y silencio. Y de repente todo ha terminado. Un par de piruetas finales y meneos, un último culatazo de su melena dorada y la vemos desaparecer fugaz detrás de las cortinas. Se escuchan algunos suspiros, algunos silbidos y abundan las miradas escépticas cómo de no saber muy bien que es lo que ha pasado por delante de todos nosotros. Pienso que a ese huracán tendré que enfrentarme dentro de unos minutos y me flojean las piernas. Quizás no resulte tan sencillo el nuevo trabajo que me mandó el viejo. Le pido tres copas más al camarero. Una me la tomo de un trago.


- Bonito baile, rubia. – digo esto casi en un susurro, mirando al suelo y sin atreverme a traspasar del todo la puerta de su camerino. Eva está sentada en un taburete, retocándose el maquillaje, ajustándose las medias. Me siento por unos segundos como un adolescente que entrara por primera vez a un puticlub.

Fin sexta parte
Dedicada a Yolanda, que tanto me anima a escribir

lunes, 10 de mayo de 2010

GÉNESIS (5ª parte)

El local es bastante amplio. Una enorme barra serpentea pegada a la pared. Lujosas estanterías de cristal y mármol bien surtidas con toda clase de licores. Espejos, demasiados espejos, que le dan al bar una dimensión casi infinita, pero que deshacen en pedazos el ansia de clandestinidad que muchos vienen a buscar en estos antros. Con todo, es un rincón con mucha clase, demasiada para el barrio en el que está. Un negocio arriesgado, un fragmento de paraíso inalcanzable para la mayoría de las almas en pena que pululan por estas calles. ¿Cómo no había dado con él antes? De camino hacía aquí he hecho una serie de indagaciones en los garitos de alrededor y no he podido sacar gran cosa. Nadie sabe quién es el dueño. Los camareros son extranjeros, imposible hacerles encadenar dos palabras seguidas que no sean marcas de ron o ginebra.

- Vinieron un día, tiraron la vieja bolera y montaron todo eso en un par de meses.

-Y nadie vio nada sospechoso. Alguna cara conocida entre tanto movimiento.

- Joder, todo fue muy rápido. Sea quién sea el dueño tiene bien untado a los de urbanismo. Aunque todo parece muy legal, Adam. Ya lo verás, un sitio con mucho estilo.

- Nada como tu bar.

- Bah, esto ya no es lo que era. Los días que tú no vienes me cuesta hacer caja. ¿Te pongo otra?

- No, deja. Tengo un trabajillo pendiente. Me paso más tarde para darle un buen tiento a la nómina.

- Vas muy sobrado últimamente, quemando billetes como si te los regalasen.

- Casi, casi. Me van a dar un buen pellizco por darle un poco de coba a una de las fulanas del nuevo local.

- Qué suerte tienes cabrón. No veas el ganado que se mueve por allí. Unas tías impresionantes, nada que ver con los vejestorios que rondan por aquí. Todo lujo y glamour. Creo que ni vendiendo el bar podría darme un revolcón con una de esas.

- Eh, para el carro, a mí tampoco me dejan acercarme a ellas. Sólo algo de palique y poco más. Un cliente quiere meter baza a una de las chicas para que le devuelva algo que le robó. Nada más.

- Pues dale al menos un pellizquito de mi parte.

- Esta es la chica a la que busco. ¿Te suena de algo? – le enseño la foto y el flyer con publicidad. Ambos arrugados, desgastados de tanto manosearlos y mirarlos intentando recordar porqué esa cara y ese cuerpo me resultan tan trillados.

- Ah, buen tino, cabrón. Es una de las chicas, sí. Una de las últimas en entrar a currar. Una señorita muy reservada. Nunca la he visto con nadie, Adam.

- ¿Seguro? Una jaca así fijo que está en el punto de mira de más de uno.

- Sí, seguro. Pero ya te digo, una tía muy rara: llega, hace sus bailecitos, deja babeando al personal y se vuelve por donde ha venido. Creo que tiene un número increíble con una serpiente. A lo mejor ese es el único rabo que la hace feliz, ¡ja!

jueves, 6 de mayo de 2010

GÉNESIS (4ª parte)

Conforme hablaba sacó otro sobre de su abrigo y lo colocó sobre la mesa. Repitió el gesto de cuando estuvo en mi despacho y lo acercó hacía mí. Yo procuré no mostrarme muy impaciente. Hay que mantener la compostura y parecer siempre un profesional, aunque muy pocas veces lo sea. Abrí el sobre con cierta parsimonia. Y lo que había dentro no era lo que esperaba. Nada de billetes, solo una hoja que parecía publicidad de algún bar o local de alterne.


- ¿Qué significa esto?
- Ahí es dónde está la mujer que busco.

Miré la hoja con más atención. No parecía tener nada de particular. Anunciaba danzas exóticas, desnudos y copas en un ambiente tranquilo y reservado. Algunas fotos de las bailarinas y… Un momento, una de esas chicas era la mujer que buscaba. La foto no tenía mucha luz pero se apreciaba su rostro claramente. Aparecía abrazada con gesto lascivo, pero indiferente, a una barra metálica, de esas que usan los bomberos para bajar con rapidez y las bailarinas para untarla con el aceite y sudor de sus pieles. Apenas llevaba ropa, y su cuerpo, como había presentido y deseado la primera vez era un cuerpo extraordinario. Largas y sinuosas piernas, delicadas caderas, vientre liso y tetas firmes y turgentes que aplastaba contra la barra. Casi no me percaté de la serpiente que tenía enroscada alrededor del cuello, mareado como estaba de ver tanta curva peligrosa.

- Si ya la ha encontrado ¿para qué me necesita?
- Debe ser usted quien hable con ella. Si me viese a mí saldría huyendo.
- Todo esto me parece muy raro. ¿Y qué quiere que le diga?
- Simplemente entreténgala. Llévela a tomar unas copas, sáquela a bailar. Lo que se le ocurra, eso lo dejo a su elección. Yo apareceré cuando lo crea oportuno.
- ¿Cómo ha sido capaz de dar con ella tan pronto? Yo he pasado toda…
- Si le digo la verdad, me resultó más complicado dar con usted.
- No entiendo eso, yo no me escondo de nadie.
- ¿Usted cree?
- Mi trabajo ya sabe que es todo lo contrario, encontrar a gente que no quiere que la encuentren.

Mientras hablaba no dejaba de estudiar la hoja que tenía entre manos. Me sentía algo humillado al haber fracasado de manera tan estrepitosa en mis averiguaciones. No entendía cómo podría haber pasado por alto una cosa así. El nombre del local no me sonaba “El Edén”, aunque la calle en el que estaba la recorría todos los días varias veces, casi podía decir que tenía allí mi cuartel general. Además, era extraño, nadie de la zona me había comentado nada de ese nuevo antro.

- Un trabajo que esta vez no ha hecho muy bien.
- Gajes del oficio. De todos modos la rubia ya está localizada.
- Ya, pero no por usted. Espero que ahora sepa hacer lo que le pido.
- Tranquilo amigo, esta vez no le fallaré. La retendré todo el tiempo que haga falta, hasta que usted llegue. Aunque para eso necesitaré…
- ¿Otro adelanto?
- Hombre, ya sabe, los vicios resultan caros, y por los barrios que frecuento abundan. Además, debo tratar con mucha gente, gente ansiosa y que no hablan mucho si tienen la garganta reseca.
- Creí que tendría suficiente con lo que le di la primera vez.
- Ya le he dicho que…
- Mire en el sobre. Espero que le baste con eso.
- ¿El sobre? En el sobre sólo estaba la foto.
- ¿Usted cree?

Volví a coger el dichoso sobre. Aparte de la foto, me encontré esta vez otro grueso fajo de billetes. No sé cómo lo había hecho. El sobre había estado en todo momento sobre la mesa, no lo perdí de vista un solo segundo. Sin embargo, el viejo había vuelto a ser más rápido que yo.

- ¿Qué es usted, una especie de mago?
- Digamos que tengo mis trucos.
- Entiendo, por eso ha dado con la rubia antes que yo.

Empezaba a sentirme incómodo. Aunque era él quién pagaba y me decía lo que debía hacer, me gustaba siempre tener cierto margen de control en todas las situaciones. Estaba claro, no obstante, que en esta charla, con truco de magia incluido, era el viejo quién llevaba la voz cantante. Nada que reprocharle al cabrón, tan sereno y seguro en todo momento. Yo no había tenido opción siquiera de justificar mi incompetencia. Allí estaba mi menda, con las manos vacías, y él, sin embargo, me mostraba la foto de la chica y el local dónde trabajaba. Todo rapidez y eficiencia. Esto no tenía mucho sentido, la verdad. Pero el viejo seguía soltando billetes como si fuese una fuente. Chitón, a coger raudo la pasta, agachar la cabeza y a hacer lo que me mandaban. Sin cometer más errores, claro está.

- Si no le importa, voy a tomarme la última. Para celebrar este nuevo contrato.

Dije esto último con cierta sorna, dejando perderse las palabras entre el humo del bar, como arrepentido de haberlas dejado escapar de mi boquita. Mi huida hacía la barra fue algo así como el pataleo de un niño pequeño que no sabe como llamar la atención. Me tenía cogido por los huevos ese extraño personaje. Parecía, de repente, que ese viejo supiese más cosas de mí que yo mismo. Se adelantaba a mis pasos, a mis gestos y a mis palabras. Hacía renacer con su presencia antiguos fantasmas cargados de derrota. Era mirarle a la cara y comenzaba a recordar cientos de noches pasadas en barras de bar, destrozando mi cuerpo y mi voluntad con alcohol y tabaco, durmiendo al fin entre las bolsas de basura de un rincón perdido en cualquier callejón. Me despertaba horas después sin recordar muy bien quién era y que había hecho antes de caer inconsciente. Rehacía mis días gracias a las bromas y pullas que me lanzaban los mendigos que me cruzaba por la calle, renqueante, de regreso a mi casa. Ahora tenía mi trabajo, por llamar de alguna manera a esto de olisquear en los culos ajenos. A veces, se dejaba caer por mi despacho algún tipo insólito que empezaba a soltar peculio, casi con ansia, por encontrarle a la mujer huida, o a la amante despechada, o al socio que se largó con todas las ganancias sacadas de alguna estafa. Había salido del charco, aunque tenía cierta tendencia suicida a seguir bordeándolo, siempre con algún borracho o alguna puta tirando de las perneras de mi pantalón. El viejo no parecía uno de esos fracasos humanos, sin embargo, al enseñarme la foto de la rubia había hecho renacer en mí cierto vértigo, me había empujado de vuelta a lo más oscuro de la ciudad y de mí mismo, me obligaba con esta búsqueda a ciegas a traspasar ciertas puertas que hacían renacer viejas arcadas de mi alma. Cuando volví a la mesa el viejo ya no estaba. Casi le agradecí ese detalle. Mañana iría al local que aparecía en el folleto publicitario. Ahora únicamente deseaba beber solo. Intentar detener el agujero negro que se había abierto en mi memoria y que como una úlcera amenazaba con devorarme. Todo había sido muy rápido, y había llegado casi sin darme cuenta. Se había ido perfilando dentro de mí cada vez que sacaba la foto con la rubia para mostrársela a alguien. Sí, mañana iría a por esa mujer. Quizás ella, y no el viejo, tuviese las respuestas a esta desazón que no dejaba de crecer dentro de mi estómago desde hacía unos minutos.

Fin de la cuarta parte