jueves, 28 de enero de 2010

Aunque era un personaje peculiar,...

...,algo insólito en el pueblo, nadie sabía mucho sobre él. El color fosco de su piel, el atrancado acento que arrastraba, hizo desde el principio que todos evitasen su presencia. El nuestro es un pueblo pequeño, tranquilo, acomodado en una vida sin sobresaltos. Todos los vecinos nos conocemos, sabemos del otro en qué trabaja, que hábitos tiene, incluso en el caso del estanquero, qué días y con quién se acuesta su mujer. Por cierto, que a mí me toca mañana, por eso estoy ahora aquí, sin nada que hacer, contándoos esta historia. También esperando a que lleguen mis compañeros para echar la partida de tute. Pero como he dicho antes, hace más o menos un año, “El negro”, no se nos ocurrió otro mote más original para bautizarle, apareció en el pueblo y se instaló entre nosotros. Empezó a colaborar en las chapuzas y trabajos del campo de unos y otros, y creo que así iba sobreviviendo. Extravagante, taciturno y parco en palabras y gesto, nos cayó bien “El negro”. Incluso nos contó la Manoli, así se llamaba la mujer del estanquero, que un par de veces había retozado con él, y que aparte de negro como un tizón, lo tenía grande como una mula, el miembro, digo, mientras extendía los brazos asemejándose a un cristo crucificado. Y qué ojalá todos los del pueblo calzásemos tamaña herramienta y nos moviésemos como él en los escarceos amorosos. El caso es que ni la Manoli, que tanto había intimado con el extranjero, pudo decirnos mucho más sobre él. Decía la Manuela que tras acabar la faena, se quedaba en silencio, con el rabo torcido como un árbol caído, y que permanecía largo rato tendido, con los ojos muy fijos, mirando el techo, y que no hacía nada más. Pasaron los meses, y siguió siendo un personaje reservado, trabajador y flemático. Hasta que una noche cualquiera, él solito, sin que nadie le tirase de la lengua nos contó todo lo que de él queríamos saber. Entró en la taberna, se arrimó a la barra, y pidió una botella de ron, con esa manera tan extraña que tenía de arrastrar las erres. ¿Ron?, pero si allí solo había vino de Abajas y cacahuetes. Con todo, el Indalecio, picoleto retirado que ahora regentaba la tasca del pueblo, encontró una botella de ron perdida en las estanterías y se la alargó al forastero. Le dio un buen buche nada más sentirla entre las manos. Y así continuó toda la noche, bebiendo y bebiendo, y pronto empezó a soltársele la lengua, que es lo habitual cuando alguien traga tanto. “Me llamo tal”, dijo, o pascual, que ninguno de los que estábamos allí presentes entendió muy bien su nombre. “Vine en un barco, después en tren y por último en carromato, hasta este poblacho, de un país muy lejano. Allí dejé a mi mujer, enterrada entre los escombros de mi casa. Un par de años antes, vi como una riada se llevó a mis dos hijos. A mis padres los mataron unos bastardos vestidos de uniforme. Mi país es hermoso, es grande, tiene palmeras, y cocoteros, y grandes cultivos de algodón, y siempre brilla el sol. Sí, mi país es hermoso, mucho más hermoso que este erial en el que vivís vosotros. Pero es un país maldito. La muerte siempre nos llega demasiado pronto. La muerte nos cae de improvisto del cielo, o nos surge de la tierra como un temblor infinito”. Y así siguió durante un buen rato, alternando tragedias con descripciones de parajes maravillosos. Hasta que al final, cuando terminó la segunda botella, se echó a llorar, y eso fue algo que nos sorprendió mucho a todos, porque “El negro”, aparte de ser negro, era grande como un toro, y ver a un hombretón así, llorar como un niño impresiona hasta al más pintado. El caso es que desde esa noche, todos tuvimos más respeto por el extranjero, poco a poco, pudimos tener alguna charla con él, se hacía cada noche más grande el corrillo alrededor de las historias que iba contando. Además, desde esa noche, nadie más volvió a llamarle “El negro”, continuamos sin saber muy bien cuál es su nombre, por eso ahora todos le decimos “EL HAITIANO”.

Dedicado a Carlos Sáez, ese burgales universal, y a esas tierras
norteñas que desgraciadamente tanto desconozco.

1 comentario:

patim dijo...

llegando a la biblio. por la mañana con mi café recién preparado y me encuentro con un nuevo cuento de Julián, que buena sorpresa. me ha encantado, un besazo transatlantico!