martes, 24 de noviembre de 2009

OTRO CUENTO DE DIAVOLACE

Sólo desde ese día me he sentido realmente libre
(Hans Conrad Schumann)

El pequeño Conrad estaba tumbado boca bajo en el salón, con los pies doblados hacia arriba, golpeando el sofá, mientras miraba las noticias, como cada tarde, en la nueva televisión en blanco y negro; y digo miraba porque no comprendía nada de lo que allí decían, solo era  un niño de 8 años, cosa que no entendían sus profesores, que con tanta dedicación intentaban llevarle por el buen camino del socialismo.

-¿Cuándo entrará en vigor?-Pregunto el periodista extranjero

El hombre de la tele dudó, de eso no le habían informado, así que para salir del aprieto, dijo lo primero que se le paso por la cabeza:

-En cuanto lo diga, inmediatamente

Conrad no sabia exactamente lo que eso significaba, entre sus deberes no estaba saber como era el mundo que lo rodeaba, intuía que era algo importante, algo que debería comunicar inmediatamente, así que corrió la pequeña distancia que separaba el salón del dormitorio de sus padres gritando no se que del muro por la tele

Peter estaba peleándose con el cableado de la vieja radio que se negaba a seguir funcionando, tenia medio culo sobre el taburete, el otro medio pegado a la cama y la barriga aprisionada a la mesa donde solía resucitar los pocos electrodomésticos que tenían. Llevaba concentrado dos horas, en una intensa pelea del hombre contra la maquina, y estaba a punto de arreglar el maldito cacharro, un ultimo paso, muy delicado y ya est......¡no se que del muro por la tele!, ¡no se que del muro por la tele!

Dos horas tiradas a la basura

-¿SE PUEDE SABER QUE COÑO TE PASA? ¡TE HE DICHO QUE SIEMPRE QUE ENTRES EN NUESTRO CUARTO, LLAMES PRIMERO A LA PUERTA!

-Es que han dicho por la tele no se que del muro que si se puede pasar al otro lado

Las centésimas de segundo mal diciendo las tonterías del crío, se convertían en décimas pensando en la nueva ocurrencia del gobierno para engañar a la gente, y terminaron siendo unos segundos de duda, de esperanza. Se levantó y fue hacia la televisión esperando encontrarse con una nueva desilusión. Pero en la tele, no se hablaba de otra cosa, no podía ser. Corrió a la cocina a decírselo a su mujer Katrin pero allí no había nadie, se acordó, reunión de madres de alumnos por el socialismo, como todos los jueves.

Fuera, se oía ruido en la escalera, abrió la puerta y los vecinos desfilaban inmersos entre la seriedad y la alegría contenida, esperada durante años de opresión. La señora Fechter, la vieja arpía, amargada y agria Señora Fechter, le agarro del cuello de la camisa y como si ese día hubiera inyectado lo mismo que la campeona nacional de halterofilia, lo saco del umbral de la puerta al descansillo, le dio un sonoro beso en la mejilla, y dijo entre lágrimas:

-¡Por fin!, ¡por fin!, ¡el muro!, ¡se acabo!.

Estaba sucediendo. Esa misma mañana, cuando se fue a trabajar, asqueado por ese café tan malo, tan caro y tan escaso, no podía imaginar, ni por asomo, lo que esa misma tarde iba a suceder. No puede ser, seguro que cuendo lleguen al paso fronterizo, les dirán que no. Asi tan rapido, tan de repente, estas cosas no pasan, y menos con estos ¿y esta a que coño espera para venir de la reunión?. Capaz de haberse ido ella sola al otro lado y haberse ligado ya, a un occidental que tenga un Mercedes, fiate tu de las del partido. Por si acaso se vistió con la ropa que no se ponía desde la boda de su hermano e hizo que su hijo hiciera lo mismo, Katrin podría llegar en cualquier momento

Oyó el ruido de las llaves, y salto del sofá hacia su esposa. Se miraron, no hacia falta decir nada mas, no obstante ella decidió terminar con ese momento histórico-familiar:

-Nos hemos enterado durante la reunión, estábamos discutiendo  como recaudar fondos para un nuevo busto de Karl Marx cuando nos han dado la noticia. Hemos suspendido la reunión inmediatamente para ir al muro, Es increíble todo el mundo va hacia el muro, las calles están llenas de gente, ¡es como en año nuevo!

Bajaron las escaleras sin darse cuenta, navegando por los pensamientos de la nueva vida que se abría ante ellos, ni si quiera se acordaban si habían cerrado la puerta de casa, pero que importaba eso ante la historia.

Cuando empezaron a aproximarse al muro,  la gente estaba empezando a treparlo; los menos osados, estaban pasando hacia el otro lado por el paso aduanero. No pudiendo avanzar mas entre la gente, Peter decidió cumplir una de sus antiguas fantasías de adolescente rebelde, subirse al muro. Si esperaba unos días, lo mismo no quedaba nada de este. Su mujer escapo un suspiro de reprimenda, haber si te vas a caer, pero que mas dá.

Cuando consiguió poner los pies encima del muro y enderezarse se dio cuenta que todavía tenia la mano dada al hombre que le había ayudado a subir. Bienvenido al oeste le dijo y ambos se fundieron en un abrazo. Peter se había casado con una guapa e inteligente enfermera, y en sus años adolescentes había follado con la tía mas buena de su instituto y tenia un hijo sano, sin embargo, abrazado a aquel desconocido de bigotes con hombros de ex luchador y barriga de camionero, estaba teniendo el momento de mayor alegría en su vida.

Desde arriba se veía el otro lado, calles llenas de gente, de fiesta, cervecerías abiertas, coches pitando, banderas, pensó en subir a su familia, pero casi que mejor que no, por la cara que ponía Katrin.

Así que bajó y se dirigieron al ahora menos congestionado paso fronterizo. Un par de personas delante y ya estarían al otro lado

Y su hijo tendría mas o menos la edad que ellos cuando construyeron el muro, entonces no sabían tampoco lo que eso iba a significar en su vida, pero Conrad podría tener todo aquello que ellos en su adolescencia no vivieron, ir a una universidad del oeste, salir por discotecas, tomar drogas, escuchar musica Rock, en fin, todo eso que los jóvenes de occidente deberían de hacer.

No se sabe muy bien como, su documentación llegó a manos del policía, pasado este momento interminable, el agente les diría, ¡No! ustedes no pueden pasar o ya han pasado demasiados por hoy, intentenlo mañana , pero simplemente dijo, Pasen

Y llevados por la marea humana, terminaron en la improvisada terraza de verano en pleno noviembre berlinés donde con solo contestar, si, somos del este un desconocido te ponía una jarra de cerveza en la mano, te daba un abrazo y brindaba por que las cosas no volvieran a ser como antes. Katrin pensó en el día siguiente, tendrían una resaca monstruosa y habría que añadir una tremenda falta de sueño, ni siquiera habían cenado, pero que importaba todo eso esa noche.