miércoles, 28 de octubre de 2009

Campesinos ¡ La tierra es vuestra ¡


Llegaron de madrugada y el amanecer descubrió la imagen de un pueblo empapelado con este lema. Entre el asombro y el miedo, las miradas curiosas fueron desvelando poco a poco una frase en la que nadie creía. La tierra era una madrastra que había encadenado a generaciones con una azada como grillete y la caprichosa naturaleza como condena. A pesar de los reiterados eslóganes, el bracero no sentía la tierra como suya sino como el lugar donde gota a gota de sangre y sudor, apenas les daba para sobrevivir. El status quo estaba claro y como Espartaco, los esclavos del campo no pretendían subvertir el orden ancestralmente establecido, sino poder vivir con dignidad. De la ciudad llegaban comisarios políticos e intelectuales de lentes redondas arengando volver a los campos para trabajar con más ahínco, si cabía, una tierra que sólo podía germinar dolor y desesperación. En contraposición a los campesinos, estos luchadores de la libertad tenían las manos blancas e impolutas, todos los dientes y fumaban cigarrillos manufacturados. Fueran estos o sus ahora desaparecidos señoritos, les pedían lo mismo, volver a las galeras de la tierra. No había diferencia entre los de la hoz y el martillo y sus hermanos del yugo y la flecha, en esta batalla de aperos de la tierra, España sufrió un barbecho que duró 39 años y una matanza de 838 días.




Llegaron de madrugada y el amanecer descubrió la imagen de un pueblo empapelado con este lema:



 


domingo, 25 de octubre de 2009

Ruleta Rusa



Se desconoce el origen de la ruleta rusa. Algunos sostienen que se debe al aburrimiento y un exceso de vodka en un acuartelamiento cercano de Kiev. Una noche, como no podía ser de otra manera, unos oficiales se enfrascaron en una disputa sobre sus hazañas bélicas, que en esos momentos se reducían a participar en pogroms donde el número de víctimas hebreas era el listón de su valentía. El factor etílico hizo que la discusión quedara en tablas y no hubo mayor prueba de valor para el desempate que colocar una bala en el tambor de un revolver con cuatro recámaras vacías. El resto ya saben como funciona, véase la película “El cazador” con Robert de Niro y Stephen Walken.


Los años pasaron y aparecieron muchas versiones, algunas muy imaginativas y cuyo fin era pasar un buen rato a costa de algún idiota que desconocía el verdadero desenlace. Sentados a una mesa, se presentaban varios frascos con pastillas. Una de ella provocaba una muerte muy dolorosa, el resto eran placebos. Sin embargo, la fatídica era un potente laxante que cuyo primeros síntomas provocaban unos retortijones de barriga que el incauto asociaba con el veneno. Los sudores fríos y la cara descompuesta ayudaban a recrear los instantes previos a una muerte agónica. Cuando la verdadera naturaleza del compuesto hacía efecto, el protagonista de la escatológica broma saltaba de la mesa hacia el baño, en la mayoría de las veces sin éxito a la hora de depositar toda su humanidad en el habitáculo blanco con forma ovoide. En este caso, el maloliente más que nacer de nuevo se sentía que se quería morir.


Afortunadamente la ruleta rusa no se puso de moda entre la sociedad en general, y la muerte prematura se dejó en manos del tabaco americano, los conservantes de los alimentos, el estrés y los accidentes de tráfico.


La ruleta rusa es un juego estúpido que crea rechazo inmediato pero es la demostración más sincera de la imbecilidad humana. Todas las semanas, decenas de individuos mueren en la particular ruleta rusa que supone conducir como un gilipollas y no origina el estupor de un resolver en la sien de un individuo. Cruzar con el semáforo en rojo, comer mierda envasada con vivos colores, respirar el contaminado aire de ciudades donde la hacinación impide al ser humano vivir con dignidad… somos partícipes de más ruletas rusas de lo que pensamos.


Para finalizar, la original ruleta rusa.


En cada giro, el miedo recorre todo tu cuerpo y el aire desaparece de tus pulmones. El ritmo cardiaco se acelera y las palpitaciones te oprimen la aorta de manera que una mano invisible te ahogara poco a poco. En apenas 2 segundos, el tambor gira una vez y tu destino está escrito. Extiendes la mano abierta y tu existencia es colocada con la empuñadura hacia tu pulgar. Es la hora. La mano no puede temblar, la muerte se merece un poco de gallardía.


Colocas el cañón en la sien y lentamente aprietas el gatillo. El martillo retrocede con suavidad para luego en un instante abalanzarse a la velocidad del rayo. Durante una milésima de segundo tu cuerpo deja de existir. De repente, el mundo regresa con una larga y estertórica inspiración. Has nacido de nuevo y la realidad te parece distinta, apenas reconoces lo que te rodea pero te sientes verdaderamente vivo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

UN NUEVO DUELO A TRES BANDAS...




  
      Caballeros míos:


      Me toca proponer tema. Ante mi escasez de ingenio, pedí ayuda a diversos personajes, pero fue J. el que supo resolver de manera más satisfactoria el entuerto.
Los relatos de este duelo versarán sobre la ruleta rusa. Que cada uno utilice su inventiva para darle el matiz más extravagante y hamletesco.

      A hacer sangrar vuestras plumas.

      Se despide vuestra servidora, no sin antes mandar un cálido abrazo al ilustre judío sefardí Xavier, y al no tan ilustre Ibn Quzmán, musulman converso, otro cordial saludo de esta misma guisa.

     
      Cris.

miércoles, 7 de octubre de 2009




        Como a la mayoría de los que estamos aquí, esta guerra no me atañe. Me vi involucrado en ella de manera casi imperceptible. Ni siquiera recuerdo lo que me impulsó a participar en lo inhumano de esta revolución. Quizá un arrebato de coraje o quizá algo peor y bastante menos honorable.



        Aunque en otros tiempos fui un hombre de palabra, hoy me encuentro capaz de traicionar a cualquiera. Es por lo que aquí se respira. En este estado de embriaguez mental no hay lugar para el mínimo ápice de camaradería.


        Mis compañeros, como último intento para ganarse el cielo, se entregan a sus ídolos y crucifijos. Yo, que me gané el infierno hace mucho, debo ser el único sin una sola imagen por la que ser valiente. Valiente idiota.


        Y así, con el corazón en una mano y el fusil en la otra, nos dirigimos a un futuro lleno de honor y victoria que otros han ideado por y para nosotros.


        Esto es la revolución y nosotros sus ejecutores.

 
                                                                         *   *   *

        -Me toca mover- dijo sin poder ocultar el brillo orgulloso de sus ojos- Jaque mate.


        -Mierda- contestó el perdedor. -¿A qué jugamos ahora?

El Hombre Absurdo


Desde que entré en el paraíso tecnológico con mi portátil, es la primera vez que escribo algo de puño y letra, en papel y a tinta, el crimen perfecto para los ecologistas. Después, una vez finalizado tan atroz delito, lo he pasado al ordenador…”que malgasto de recursos”-dirían otros ecologistas.


Pero esto no va ni de ecologistas, ni ordenadores ni tan siquiera de algo lógico, va de Lo Absurdo, concretamente del Hombre Absurdo… o algo así.

El otro día, estaba tan aburrido que empecé, bueno para ser preciso logré terminar, un ensayo de Albert Camus que rondaba por casa hacía algunos años. Recuerdo que lo compré para intentar ligar con la chica de la librería pero nada, le iba el rollo Kierkegaard… pringá.

Ya me he perdido…ah, si¡ el ensayo de Camus. Bueno al llegar al mito de Sísifo –“…enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas”-Que sí, que sí, que enseña todo lo que quiera pero está condenado toda la eternidad a subir un pedrusco a la cima de una montaña…. Absurdo. Pero eso no queda ahí, de los presentes no creo que les interese la mitología griega salvo que se quiera ligar a una chica en la librería…pringá.. Perdón, he vuelto a perder el hilo. Ah, sí¡ el pedrusco.

Si algo nos enseña este mito es que coño hacemos con nuestras vidas. Casi un 1/3 la pasamos estudiando y siendo becarios para intentar currar las 2/3 en algo que seguro acabamos asqueados de tanto subnormal…”el partido de ayer…ay Mari¡ como se a puesto la serie de interesante…el informe González, donde está el informe… esta noche no, cariño…etc”, y encima el final es acabar en una caja de pino en un sórdido y aséptico tanatorio… Absurdo.

Reflexión :

¿ Qué sentido tiene empujar la roca ? es decir, ¿Qué sentido tiene la Vida?.

Obviando las tonterías sostenidas por los filósofos en los últimos 2500 años, la respuesta es Ninguna. La Vida es Absurda y por ende el Hombre es Absurdo. Si alguien sigue leyendo esto hasta este punto, que no se deprima, hay más y peor.

Volvemos al mito de Sísifo. Una vez llegaba la roca a la cima, retrocedía y volvía al punto de partida, imagínense la cara del protagonista.

La segunda respuesta a la reflexión es esa: El instante en el que bajaba para volver a empezar, ese tiempo que no estaba empujando el pedrusco era el único de libertad. Cada victoria era una derrota, pero ese pequeño instante que yacía en la cima, era la verdadera victoria contra los dioses.



La nuestra quizás sea conseguir aprobar unas oposiciones, la pareja soñada o quizás publicar este Absurdo en Hamlet se toca pensando en ti… o algo así…

martes, 6 de octubre de 2009

UN MUCHACHO EN BERLÍN


Para el joven Vania todo ocurrió muy deprisa. No entendía bien qué hacían esos hombres uniformados en la puerta del granero. Tampoco comprendió qué querían decirle con eso de la madre patria, que había que defenderla del fascismo, que el socialismo esperaba de él que diese su sangre. Le hablaban con gesto afable, sonrisas confiadas, con gestos amables intentaban que Vania se acercase a ellos. Estaba aturdido, y empezó a asustarse cuando escuchó disparos al otro lado de la granja, cuando vio a su padre rodeado de soldados, que le increpaban, y a su madre, de rodillas, llorando, implorando a otro de esos hombres uniformados. Uno de esos hombres le señaló, y le agarraron por los hombros y lo llevaron casi en volandas hasta un corrillo donde estaban reunidos otros jóvenes del pueblo. Unos y otros se miraban con ojos asustados intentando comprender qué es lo que estaba pasando. Qué querían de ellos, porque los empujaban hacía los camiones y les obligaban a subirse a los remolques. Pero todos permanecían en silencio, incapaces de articular palabra, mínimamente conscientes de que cualquier acto de rebeldía podría complicar su situación. Los camiones arrancaron y el joven Vania pudo ver entre los pliegues del toldo que los cubría, a su padre gritando con el puño en alto y a su madre, aun de rodillas, llorando y dándose golpes en el pecho. Aún no lo sabía, pero Vania estaba siendo en esos momentos, reclutado para el glorioso ejército rojo, que necesitaba en esos días de todos los brazos rusos, en su lucha contra el fascismo.

Estuvo durante varios días, yendo y viniendo, junto con otros muchachos, de cuartel en cuartel y de campamento en campamento. En todos esos lugares, siempre las mismas arengas, siempre los mismos discursos, siempre los mismos improperios de los que apenas comprendía nada. Vania era sólo un granjero,  había pasado su corta vida trabajando en las tierras de la familia, ajeno al resto del mundo, ajeno a guerras mundiales o a planes quinquenales. Sus manos estaban curtidas para llevar azadones, rastrillos o palas, no para enarbolar banderas rojas o sostener un fusil. No sabía nada de lucha de clases, de juegos políticos, incluso desconocía el significado de nombres como Stalin, Hitler o Zukov. Recibió el joven Vania una somera instrucción militar: se le hizo formar durante horas con el resto de sus compañeros, se le obligó a arrastarse por el fango, se le vistió con un raído uniforme y se le dio, aun sin saber muy bien para qué servía ni cómo se usaba, un fusil. Así, en apenas una semana, sin pronunciar palabra, sin poder comunicarse con sus padres, asustado, con el alma encogida, el joven Vania pasó a formar parte del trigésimo cuarto regimiento de zapadores, de la décimo segunda división de infantería, que en breve partiría para tierras alemanas.

No fue, sin embargo, muy dura la guerra para Vania. Nunca llegó a disparar su fusil. Marchaban y marchaban, algunas veces montados en camiones, la mayoría de las ocasiones, pisoteando caminos embarrados: largas caminatas en las cuáles iba tomando una leve conciencia de en qué consistía eso de la guerra. Allá por donde pasaban, tierras baldías, agujereadas, asoladas. Al borde de los caminos, cientos de cuerpos en descomposición, animales y hombres formando un mismo amasijo, vehículos destrozados, árboles arrancados de raíz. Todo cubierto de ceniza, barro y sangre. Al llegar la noche, acampaban a las afueras de los pueblos, se emborrachaban alrededor de improvisadas hogueras y poco a poco se iban quedando dormidos, acurrucados en sus mantas y envueltos en los vapores del vodka. Algunos soldados, sin embargo, se escabullían del grupo y se encaminaban al pueblo. Desde allí, llegaban al rato, gritos de mujeres, estruendo de tiros y risotadas. Así fueron las primeras semanas del joven soldado Vania.

Dada su juventud, los soldados de su regimiento, le cogieron cariño, casi se podría decir que le trataban con cierto mimo. Intuían cuál era su procedencia, el trauma que debió suponerle el ser arrancado de forma tan drástica de su familia. Todos trataban a Vania con afecto, le daban parte de sus raciones, le hacían partícipe de sus fiestas nocturnas. Incluso en más de una ocasión, algún soldado de rostro encendido por el alcohol le invitaba a acompañarle en sus correrías por el pueblo. Pero siempre sacudía Vania la cabeza diciendo que no, se limitaba a permanecer en silencio, a dejarse llevar por unos y otros en sus jaranas alrededor de la hoguera, aunque sin alejarse mucho del corrillo.


Y así llegaron a Berlín. Casi sin darse cuenta, sin disparar un solo tiro, viendo de la guerra nada más que sus restos, llegando a los sitios sólo para certificar su rastro de calamidad y desolación. Esa noche, al igual que las anteriores, acamparon en uno de los barrios derruidos y pronto asomaron de los bolsillos de los abrigos y de los pliegues de las mantas las botellas de vodka. En esas horas, las canciones que sonaron más fuerte que nunca, había cierta euforia desatada que Vania no alcanzaba a comprender. Se mencionaba constantemente la palabra victoria. De todo ese barullo, Vania sólo entresacó que quizás muy pronto volvería a casa.

Por la mañana, poco a poco los soldados fueron surgiendo de sus petates: figuras torcidas, tambaleantes y quejumbrosas. Se fueron desperdigando por entre los montones de escombros, para orinar, vomitar o simplemente desperezarse. Alguien levantó a Vania de su camastro y le ordenó explorar un pequeño refugio que asomaba entre los restos de un edificio. Cuando se asomó a la puerta, se topó Vania con decenas de caras que se giraron hacía él y adquirieron un gesto expectante. Les empezó a gritar que saliesen de allí, que se dirigiesen hacía donde estaban acampados sus compañeros. Uno a uno, fueron saliendo por la puerta, en silencio, sumisos  y atentos a lo que Vania les indicaba. “¡¡Vaya, mirad lo que nuestro muchacho ha encontrado!!”. “Qué buena cacería has hecho, camarada”. “Por esto te van a dar una medalla, chico”. Bromeaban unos y otros al ver flanquear al muchacho esa imprevista comitiva de grises fantasmas.

El caos que se desató después, no sabría Vania muy bien cómo explicarlo. Cómo en breves segundos, los que habían sido durante semanas sus guías y compañeros de peregrinación, trasmutaron de soldados aturdidos en lobos sedientos de sangre. Se abalanzaron como fieras sobre las mujeres, recrearon nuevamente, sin saberlo, un miserable rapto de sabinas. Las agarraban por los hombros y las arrojaban al suelo, algunos las cogían en brazos o las arrastraban por los pelos tras los muros que había junto al refugio. Vania, en medio de ese repentino alud humano, simplemente se dejó llevar, empujado tanto por las carreras de sus camaradas, como por las mujeres que huían de ellos. Tardó unos segundos en salir de su aturdimiento inicial. Siendo un chiquillo como todavía era, no acababa de entender los motivos por los que se había desatado tan rápidamente ese histerismo. Echó a correr sin rumbo, buscando únicamente una salida entre el gentío. Pero en su carrera tropezó con alguien. Era una de las mujeres alemanas que huía. Cayó sobre ella, y esta le miró con ojos asustados. Vania no sabía que hacer, en un primer gesto, intentó enderezarse, desprenderse de la mujer, pedirle incluso perdón por su torpeza. Alguien, entonces, le palmeó la espalda y le gritó. “¡¡Venga Vania, demuestra a esa zorra que ya eres un hombre!!”. La mujer seguía mirando al chico con miedo, seguía agitándose bajo el cuerpo del muchacho pero poco a poco fue cediendo en su resistencia… Casi sin saber cómo, empujado por una inercia ancestral Vania se notó dentro de ella. Todo a su alrededor se difuminó en una espiral de voces y estallidos de luz. Aún así, entre tanta demencia, Vania pudo escuchar las voces de la mujer que le increpaban…"¡¡¡товарищ!!! ¿Qué estás haciendo? ¿Es esta la revolución que me traes?¿Eres tú quién ha venido a liberarme?". Durante unos segundos Vania surgió de entre la locura, pero volvió a dejarse caer, a ceder a las voces de su compañero que jaleaba sus embestidas, a entrar en esa mujer que se agitaba levemente debajo de él. No, Vania no sabía nada. No sabía lo que era la guerra, tampoco sabía lo que eran la libertad, y por supuesto, Vania, no sabía lo que era revolución…

Dedicado a todos los que leen este blog...