domingo, 15 de febrero de 2009

Cinco hermanos


Como hermano mayor, ese día fue al barbero y estrenó traje. Ajustó bien la hora de su reloj de bolsillo y cogió el tren. Hacía años que no veía a sus hermanos y quería que su imagen fuera impecable, que tras sus ademanes elegantes y su sombrero se apreciaran los atisbos de burguesía que tanto sudor le habían costado. El hecho de tener que reencontrarse con los hijos de su madre le había cobrado muchas noches en vela, y tanta incertidumbre, unida al vaivén del vagón, le estaban dando mucho trabajo a su pañuelo, que no paraba de secar el sudor de la frente y las mejillas.


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Haber nacido en segundo lugar le había traído una gran ventaja junto a un gran inconveniente. La parte buena era que su padre, habiendo ocupado ya al hermano mayor en la fábrica, no tuvo inconveniente en dejar que siguiera estudiando. La parte mala era que su hermano mayor nunca le perdonaría aquello. Aún recordaba su mirada desde el umbral de la puerta mientras él jugaba alegremente, ajeno a las preocupaciones que acabarían con la infancia de su hermano mayor. Esperaba que todos esos rencores hubieran pasado, y veía incluso con agrado la idea de volver a reunirse con sus hermanos, así que tomó el primer el vehículo que lo llevara al sitio donde habían concretado la reunión.

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Para suerte o desgracia, siempre había ocupado un lugar intermedio en su familia. Era el tercero de cinco hermanos, las notas en el colegío andaban siempre entre el cuatro y el seis, no destacaba para lo bueno, ni tampoco para lo malo, era, simplemente, un hijo más. Esperaba ansioso volver a ver a sus hermanos pequeños, de los que guardaba buen recuerdo y algunas jugarretas. Planchó a duras penas la camisa con la que se presentaría ante todos ellos, y deseó que la rigidez de sus hermanos mayores pasara por alto las arrugas que había dejado.

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Hacía unos días, el cuarto de los hermanos recibió una carta, citándole en un lugar y a una hora exactos. El motivo: ver al resto de sus hermanos, a los que hacía meses (hasta se hubiera atrevido a decir años) que no veía. ¿Aprobarían sus incipientes canas? ¿Y su creciente barriga? ¿Y el color de su chaleco y el nudo de su pajarita? Al fin y al cabo, eran hermanos, hijos de la misma madre y del mismo padre. Con un peine y mojándose la mano con algo de saliva, logró domar en parte sus cabellos y corrió hasta la estación de tren, tropezando nervioso por el camino.

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Como menor de cinco hermanos, nadie esperaría que él hubiera aprovechado el tiempo de esa manera. Se casó muy joven y Dios lo había bendecido con tres hijos de miradas aviesas y juguetonas. Con orgullo, rellenó su cartera con fotos de sus vástagos hasta que no le cupieron más. Quería que sus cuatro hermanos mayores lo tomaran, por fin, por uno más, que ya no era aquel muchacho rebelde y sin provecho alguno. Dio un beso a su mujer y otros tres a sus hijos, y se fue hacia el encuentro con la cabeza alta.


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Tras mucho tiempo, los cinco se habían reunido. El mayor los acompañó a una sala con cinco sillas, en cada una de las cuales uno de los cinco hermanos se sentó. El sonido de una cámara fotográfica rompió el silencio y lo perpetuó materialmente.
Tomada la fotografía, cada uno se fue por el camino que había venido, dejando atrás sólo un adiós.




5 comentarios:

Anónimo dijo...

DESDE CAÍN, LA HERMANDAD YA NO ES LO QUE ERA...
ME HA GUSTADO MUCHO.

EL ALTER EGO DE JULIAN

Tresmasqueperros dijo...

Pero Javi, no hagas comentarios a Cris, que no se los merece, je je. Vaya cuentos más cutres que escribimos y vaya alter ego más respondón y libertino que me ha salido, peor que el del marqués de Sade. Es broma, Cris, el cuento mola. Seguid así mis negros y ganaré mucho dinero a costa de vosotros.

Anónimo dijo...

NO SEAS MAMON JULIAN ¡ PERO ESO SI, SOMOS CUTRES...ES BROMA, ESTO ES LO MÁS EMOCIONANTE DE LA SEMANA PARA MÍ...VAYA VIDA TRISTE LA MÍA...

Anónimo dijo...

Pues vente a Albacete, que Julián y yo sabemos divertirnos, ¿eh Juli? (guiño, guiño) (qué noche aquella...)

Ra dijo...

Me ha gustado mucho y creo que por desgracia se acerca a la realidad de muchas familias.

En la vida habría que practicar lo de este cuento: ponerse en el lugar de los demás. No sólo enriqueceríamos nuestras vidas con otros puntos de vista, si no que entenderíamos mucho mejor a la otra persona y nacería aquello de la empatía... gran don de algunas personas...

Gracias.